Lo que contestó el Jefe Indio Noah Seathl, en 1859 al presidente, Pierce de los EE.UU, cuando éste le propuso comprarle las tierras indígenas del Noroeste.
Pero... ¿Quién puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?. Esa idea es para nosotros extraña. Ni el frescor del aire, ni el brillo del agua son nuestros. ¿Cómo podría alguien comprarlos?. Aún así, trataremos de tomar una decisión.
Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada aguja de un abeto, cada playa de arena, cada niebla en la profundidad de los bosques, cada claro entre los árboles, cada insecto que zumba es sagrado para el pensar y sentir de mi pueblo. La savia que sube por los árboles es sagrada experiencia y memoria de mi gente.
Los muertos de los blancos olvidan la tierra en que nacieron cuando desaparecen para vagar por las estrellas. Los nuestros, en cambio, nunca se alejan de la tierra, pues es la madre de todos nosotros. Somos una parte de ella, como el ciervo, el caballo, el águila majestuosa, son nuestros hermanos. Las escarpadas montañas, los prados húmedos, el cuerpo sudoroso y el hombre..., todos pertenecen a la misma familia.
Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington nos envió el recado de que quería comprar nuestra tierra, exigía demasiado de nosotros.
Él sería nuestro padre, y nosotros seríamos sus hijos. ¿Pero eso será posible algún día?. Dios debe amar a su pueblo y abandonado a sus hijos rojos. No, nosotros somos razas diferentes. Nuestros hijos y los vuestros no juegan juntos, y vuestros ancianos y los míos no cuentan las mismas historias. Dios os es favorable, y nosotros nos sentimos huérfanos. Aun así, meditaremos sobre vuestra oferta de comprarnos la tierra. No será fácil, porque esta tierra es sagrada para nosotros.
Nos sentimos alegres
en estos bosques. El agua cristalina, que corre por los arroyos y los
ríos no es sólo agua, es también la sangre de nuestros
antepasados. Si os la vendiéramos tendríais que recordar que es
sagrada, y enseñarlo así a vuestros hijos. De hecho, los ríos son
nuestros hermanos.
Nos libran de la sed, arrastran nuestras canoas y nos procuran alimento. Cada imagen que reflejan las claras aguas de los lagos son el recuerdo de los hechos que ocurrieron y la memoria de mis gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.
No sé, pero nuestra
forma de ser es muy diferente de la vuestra. Quizá porque el "Piel
Roja" es un salvaje y no lo comprende. El aire es de gran valor
para nosotros, pues todas las cosas participan del mismo aliento: el
animal, el árbol, el hombre, todos.
El hombre blanco parece no dar importancia al aire que respira, pero, si os vendemos nuestra tierra, no olvidéis que tenemos el aire en gran estima, que el aire comparte su espíritu con la vida entera.
Y mi pueblo pregunta: ¿Qué es lo que quiere el hombre blanco? ¿Cómo se puede comprar el Cielo, o el calor de la tierra, o la velocidad del antílope?. ¿Cómo vamos a vender todo esto y cómo vais a poder comprarlo?…
El Jefe "Piel Roja" lo tenía muy claro:
La tierra no nos pertenece, como vender el aire o la lluvia y todo lo que en ella existe. Somos nosotros los que pertenecemos a ella.
¿Quién puede comprar lo que no tiene dueño?
¡La tierra no se puede comprar ni se puede vender, la tierra es el patrimonio de la vida!