Huyendo de la niebla que cubre todo el valle llegamos a Encinacorba. Justo a los pies de la Ibérica encontramos este bonito pueblo. Sus casas orientadas al sur, frente a la sierra, recogen los cálidos rayos de diciembre.
Llegamos a la plaza y en lo alto vemos salir a la gente de la iglesia, es domingo y por la hora ha debido de finalizar la misa; aprovechamos para entrar ya que no tendremos otra ocasión para verla.
Es grande, seguramente más que las necesidades del pueblo, pero ahí esta con su cúpula y su original torre. Nos llama la atención la figura de una nave o carabela sostenida por querubines, ¡que extraño! estando tan lejos del mar, esa figura, al salir descubrimos que la iglesia está dedicada a la Virgen del Mar. Por fuera es toda de ladrillo y el estilo es mudéjar, y entre el pequeño jardín que tiene y la buena vista de la sierra al fondo, hace de esta plaza un lugar muy acogedor.
Una bonita fuente gótica de escaso caudal nos sale al encuentro en una de sus calles. Sobre una de sus piedras se puede ver inscrito el año de : 1609, y salimos al campo por una de sus puertas.
Sus cultivos además de sus huertas son viñas, no olvidemos que nos encontramos en el campo de Cariñena, almendros... y el monte jalonado por robustas encinas y otros matorrales.
Tuvimos la suerte de encontrarnos al pastor de este surtido rebaño. Nos dijo que llevaba ochocientas y mucho pico más, era joven, buen conocedor de la zona y muy simpático. Pudimos disfrutar del nacimiento que acababa de ocurrir: vimos dos corderitos persiguiendo a una madre dolorida que aún no ha echado la placenta, ni comprendido el milagro producido
Huyendo de la niebla encontramos todo esto: sol, viñedos, un bosque de encinas, la agradable charla con el pastor y dos nuevas vidas, ya se, son animales, pero también son vidas.