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miércoles, 27 de mayo de 2020

ESCITAS, IRANIOS, SÁRMATAS, UN CRUCE DE CULTURAS Y ORIGEN DE OCCIDENTE.

    Durante más de mil años, entre el siglo VIII a.C. y el IV d.C. la estepa póntica y buena parte de Europa estuvieron bajo el dominio de los "iranios" de la familia lingüística de los indoirania. Los pueblos que los griegos denominaron "escitas"
salieron de Asia Central y llegaron al mar Negro en los siglos VIII y VII a.C. cuatrocientos años después, cuando los escitas dominaban ya toda la costa septentrional del mar Negro y la franja de las colonias griegas, apareció otro pueblo de nómadas de lengua irania, con carros cubiertos y manadas de caballos, procedentes de las estepas del mar Caspio y la desembocadura del Volga, que sé fueron adentrando en las regiones del bajo Don.


  
     Ni los escitas ni los griegos consideraban escitas a estos recién llegados, aunque su forma de vida era parecida y su lengua, los lingüistas actuales dicen que estaba estrechamente emparentada con la suya. Los llamados "sármatas", otro impreciso término general con que describieron a los grupos tribales  que fueron llegando al mar Negro en los siglos siguientes. Los sármatas ocuparon poco a poca el territorio escita, empujándolos hacia el Oeste, hacia el delta del Danubio. Y se quedaron en las estepas pónticas unos quinientos años, hasta las invasiones de los godos y luego de los hunos, en el siglo IV d.C., que les obligaron a desplazarse más hacia el Oeste.

    Gracias a Herodoto conocemos mejor a los escitas que a los sármatas. Son los auténticos "bárbaros", desconocidos, feroces y libres. Dado que, resulta más atractivo escribir sobre arqueros a caballo, ritos funerarios, reyes y convoyes de carros recorriendo las llanuras, se suele pasar por alto su perfecta adaptación a la agricultura sedentaria y a las oportunidades del imperio helénico.



    Sólo una novelista ha resistido la tentación de "reinventar al bárbaro". La asombrosa novela histórica de Naomi Mitchison, The corn kimg and the spring queen, no trata de la "alteridad", sino de la identidad múltiple, de la transculturación. La autora nos presenta a una elite de escitas semihelenizados que viven  en el siglo III a.C. en un pueblo del mar Negro que parece una versión reducida de Olvia. Todavía celebran los ritos de la fertilidad que exige la tribu (copulación colectiva en los surcos de la tierra recién labrada... Mitchison confiesa que estaba bajo en influjo de la rama dorada de Frazer cuando escribió la novela), pero también se adentra sin temor en el mundo griego. Los dos personajes principales, una princesa escita con facultades chamánicas y su hermano, van y vienen en barcos mercantes griegos entre la costa actual de Ucrania y el Peloponeso. Allí acaban interviniendo en las maniobras políticas de las familias helenas gobernantes. En Esparta los presenta al rey Cleomenes III el propio preceptor del monarca, el filósofo estoico Esfeso (un filósofo real que pasó unos años en Olbia)



    Algunos detalles de la novela son discutibles a nivel histórico. Pero lo que queda muy bien plasmado, gracias a la imaginación arrolladora de la autora, es la adaptabilidad de estos pueblos iranios, su capacidad para integrarse en una cultura distinta sin que tengan la menor sensación de rendirse a la "civilización".

    Los sármatas supieron explorar creativamente esa capacidad. En el reino del Bósforo constituyeron la vanguardia de un imperio brillante, próspero y culturalmente híbrido  que en su momento de mayor extensión llegó del estuario del Dniéper hasta la Cólquide, en el rincón suroriental del mar Negro. Muchos años después cuando fueron expulsados de la estepa Póntica y sus grupos tribales se dispersaron por Europa central y occidental, volvieron a hacer uso de su inventiva. Penetraron en las sociedades agrícolas del agonizante imperio romano e insuflaron en su conciencia una imagen distinta del dirigente social: el caballero montado y con armadura.

    Nada queda de los escitas, salvo sus tumbas y el recuerdo de su "alteridad" nómada, indeleblemente inscrita en la conciencia europea por Heródoto y sus sucesores. Los sármatas, en cambio, sobrevivieron sin que nadie se diese cuenta. Es algo que la investigación académica está estudiando ahora: una leyenda que a resultado que  contiene hechos reales. Hay un lugar donde los sármatas siguen presentes; son los osetas del Cáucaso, descendientes de las tribus alanas del grupo sármata, han conservado su lengua indoirania y sus tradiciones. Y culturalmente hablando, los sármatas siguen presentes en buena parte de lo que hoy conocemos o hemos heredado de la Edad Media en Europa occidental. Están escondidos en el estilo decorativo de lo que llamamos "gótico". Van disfrazados de jinetes con cota de malla, la clase que posee la tierra y cuya forma de vida llamamos "caballeresca". En la medida en que no nos hemos librado del todo de esa idea de aristocracia, los sármatas siguen entre nosotros.



Todo lo escrito está recogido en el libro del arqueólogo e historiador, Neal Ascherson.