Ya
ha llegado el verde mayo y con él... el
deseado fin del
confinamiento.
El
mes de las flores, el más apreciado por los niños en la escuela.
Por las tardes homenajeábamos a la virgen con cánticos y con
Ave-marias. Un día como hoy, nos contaban, tuvo lugar el milagro, un
13 de Mayo en la no muy lejana Fátima. El milagro de los niños
pastores y aunque nosotros no nos dedicásemos al oficio de cuidar
rebaños nos sentíamos participes también de aquella historia hecha
a la medida de nuestras mentes infantiles.
Acercarme
hasta él como otras muchas veces, recorrer sus orillas, nunca
iguales, siempre diferentes. Escuchar el canto de los pájaros
ocultos en las ramas. Vislumbrar los campos moteados de blanco por
cigüeñas y garzas. Si caminas despacio y en silencio podrás verlas
de cerca sin ser vista y cuando te descubran levantarán el vuelo.
La
húmeda primavera ha dejado las lindes del camino pletóricas de
hierbas y de flores: amapolas y malvas, margaritas y estragones,
junto a los matojos de tamarices e hinojos. Los campos de labor
sembrados de alfalfa y de trigo se extendían ante nuestros ojos.
Junto al río los grandes árboles. Algunos chopos desmochados por
los vientos del invierno. Los más fuertes, los que aguantan los
envites del cierzo sujetos a la tierra hundiendo sus raíces par
agarrarse a ella, son: los fresnos y los sauces, álamos, chopos,
saúcos y zarzales y junto a ellos los endrinos y la planta del
regaliz que se da muy abundante en estas tierras del Ebro.
He
sacado algunas fotos, ¿cómo no?, del paisaje que no me cansa nunca
y de alguna de sus torres, esas viviendas de campo, que han quedado
ahí por falta de huso, en mitad del tiempo y en el abandono.
Nuestro
paseo nos ha llevado hasta la Cartuja; ese barrio rural y singular
donde siempre me gusta detenerme. En una terraza junto al parque de
moreras y tilos nos hemos sentado a tomar el aperitivo. Y hoy ha
sido, después de 60 días de encierro nuestro primero en una
terraza.