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viernes, 5 de junio de 2015

LA DIOSA QUE SURGIÓ DEL CAOS

Como decíamos el otro día... Los mitos de la antigua Grecia son tan sugestivos y poderosos que han incendiado siempre la imaginación de los hombres en todas las épocas, y aún hoy lo siguen haciendo. La literatura, tanto  oral como escrita, se sigue haciendo eco de ellos para nuestro asombro y disfrute.


El mito pelasgo de la creación quizá sea el más antiguo de ellos. Se origino en las tierras más orientales del Mediterráneo, cuando los hombres y las mujeres de aquellos lugares descubrieron el arte de la agricultura, hace apenas 3.000 o 4.000 años y a partir de ello pudieron asentarse en un territorio.

El mito pelasgo de la creación


Los pelasgos eran el pueblo primitivo que habitaba lo que hoy en día es Grecia. Éstos tenían una postura matriarcal basada en la concepción primigenia de una Diosa Madre. Su mito de la creación afirmaba que en un principio:

Eurínome, la diosa de todas las cosas surgió del Caos, pero no encontró nada sólido en donde apoyar los pies y a causa de ello, separó el mar del firmamento y danzó solitaria entre sus olas en dirección sur. Entonces apareció el viento Bóreas, que junto con la diosa Madre dieron origen a la enorme serpiente Ofión. Más tarde, la diosa madre quedó en cinta de Ofión, tras lo cual ésta se transformó en paloma y a su debido tiempo puso el huevo universal. La serpiente Ofión se enroscó siete veces alrededor del huevo hasta que se empolló y se abrió. De él salieron todos los seres y elementos del Cosmos.

Eurínome y Ofión fijaron su morada en el Monte Olimpo. Pero cuando Ofion irritó a su compañera adjudicándose el título de autor del universo, ésta le pegó tan tremendo puntapié que le arrancó los dientes y los arrojó a la tierra al pie del Olimpo. Seguidamente la diosa creó siete potencias planetarias y colocó una Titánide y un Titán en cada una: Tía e Hiperión para el sol, Febe y Atlante para la luna, Dione y Crío para el planeta Marte, Metis y Geos para Mercurio, Temis y Eurimedonte para Júpiter, Tetis y Océano para Venus, y Rea y Cronos para Saturno. Guardadores todos de la sucesión del tiempo.
Sin embargo en esta armoniosa creación faltaba el hombre, y entonces apareció Pelasgo, brotó de los dientes de Ofión enterrados en el abismo de Arcadia. Pelasgo fue aclamado como jefe de los cultivadores y precursor de la humanidad.
Dioses, mujeres y hombres se sometieron a la diosa, y le rindieron culto con el nombre de "la gran Diosa Madre".

CLAROSCURO, NELLA LARSEN


Nella Larsen nace en Chicago en 1891. Poco se sabe acerca de la biografía de esta autora del “Renacimiento de Harlem” que triunfó como novelista en los años 20. A la hora de acercarmos a su obra, parece innegable la huella que dejaron en la literatura de Larsen sus raíces de color, y esa pertenencia a un territorio de nadie que oscila entre el origen antillano del padre y el rechazo de la madre blanca. No en vano comienza Claroscuro con una cita de un poeta de Harlem en la se cuestiona qué significa África para todo este colectivo de creadores después de trescientos años de profundo desarraigo.

La historia comienza con el fortuito encuentro entre dos amigas de la infancia tras más de doce años sin verse. Nos enfrenta a dos personalidades bien diferentes: la de Irene Redfield, protagonista bienpensante bajo cuyo punto de vista se construye el relato, y la de la atractiva Clare. Si Irene representa la fidelidad a la raza y la búsqueda de la estabilidad con su familia de color y su hogar en Harlem, Clare Kendry se erigirá en contrapunto perfecto a la existencia políticamente correcta de su antigua amiga. De piel casi marfileña y un descaro refinado que la hace poderosamente atractiva, Clare no duda en huir de casa de sus tías y hacerse pasar por blanca incluso, ante un marido que, por encima de todo, “odia a los negros”. Esta actitud supone un auténtico revulsivo para la mentalidad de la protagonista, que si bien desprecia la humillación a la que se somete Clare con semejante pareja, no puede dejar de sentirse seducida por su valentía y su desprecio a la seguridad establecida. De esta manera se va conformando un peligroso triángulo en cuanto entra en escena el hastiado marido de Irene que, insatisfecho por la vida que su esposa le ha organizado y por la convencional educación que pretende dar a sus hijos, encuentra en su amiga la alegría de un novedoso giro circunstancial. 

Con gran habilidad la autora introduce un inocente gesto como punto de inflexión que dará un viraje de 180 grados en el personaje de Irene, precipitando entonces que la moderada madre de familia entre en un círculo de paranoicas conjeturas que tiñen de oscuridad cada uno de sus pensamientos. El conflicto de identidad al debatirse entre la fidelidad a la raza o a los deseos individuales, la reflexión sobre lo que significa ser madre, o sobre las máscaras que nos construimos para cumplir con el rol que los demás esperan de nosotros. La libertad, en fin, son asuntos universales que Larsen nos deja sobre el papel. Todo ello aderezado por una trama que te atrapa desde la primera página, y que seguro cautivará a los lectores de hoy como ya sucedió en 1929 cuando Claroscuro fue publicada por primera vez.