Para
dormirse fácil y rápidamente es necesario no poseer fortuna, ni en
metálico ni en bienes raíces, y no dedicarse tampoco a la
especulación en bolsa; no tener afición por nada ni cariño por
nadie, no ser responsable, de ninguna persona ni preocuparse por su
salud o su bienestar; no aspirar a tener ningún talento. Si además
de todo esto te vas a la cama sin cenar, tan solo con un vaso de agua
azucarada, aumentaras mucho las posibilidades de dormirte pronto.
¡Con
la cantidad de medios que existen para dormirse rápidamente! Contar
ovejitas, repasar la tabla de multiplicar, entonar una y otra vez la
misma melodía, deslizar suavemente el dedo por el rostro, etc, etc.
Todos buenos remedios, pero que no sirven para nada.
En
realidad es una desgracia que las personas se entretengan tanto
consigo mismas. ¡Pero se está tan a gusto hablando con la almohada!
La almohada no bosteza cuando hablamos con ella, nos escucha, es la
mejor compañera. ¿De qué habla uno con la almohada? ¡De uno
mismo! ¡De uno mismo! ¡De uno mismo! ¿Puede uno dormirse con una
conversación tan interesante? Sería una ofensa a uno mismo.
Conozco
a escritores que logran adormecer a todo el público con la lectura
de sus obras; luego se las leen ellos mismos por la noche, y ni
rastro de sueño.
Conozco a personas que cuentan anécdotas de forma
compulsiva; si las cuentan en público la gente cae dormida al
instante de aburrimiento; pero cuando se las repiten a ellos mismos,
noche tras noche en su cama, se divierten tanto que son incapaces de
dormirse.
Me
reafirmo en mi creencia, de que el mayor impedimento para conciliar
el sueño es el dichoso amor propio.
Conozco
sujetos con un efecto soporífero tal, que si te cruzas con ellos por
la calle no te queda otra que buscar apoyo en la primera fachada para
echar una cabezadita hasta que haya pasado. ¡Y esos son justo los
que se quejan de insomnio! Deben de huir de sí mismos por la noche y
sufrir un trastorno de personalidad.
Dicen
que para dormirse pronto hay que apagar la luz. ¡Tonterías! También
allí donde reinan las tinieblas se oye la queja: “No me puedo
dormir”. La luz no es obstáculo, el primer hombre se dormía sin
problemas a la luz del día y de las estrellas. Que el primer hombre se
durmiese rápido apuntala mi teoría: para dormirse pronto hay que
carecer de bienes, no amar a nadie, no entender nada, no saber leer y
no estar casado.
Cuanto
más libre es la fantasía, más fácil resulta dormirse; cuanto más
insulsa, más difícil: de ahí que se duerma mucho en la juventud y
poco en la vejez: yo misma estoy ahora desvelada y trato de
arrullarme, y es que escribo estas lineas en la cama, y no puedo dormirme.
No
tengo nada, ni dineros, ni amor, ni me adorna ningún talento, reúno
todos las requisitos necesarios para dormirme, y soy incapaz de conciliar el
sueño.
He
leído primero un par de páginas de mi propia cosecha y no he
conseguido dormirme. ¡Es desesperante! ¡Hasta tres veces he leído
lo que acabo de escribir y ni rastro de sueño! Soy incapaz de
producirme aburrimiento. Pasaré la noche en vela. Pero tú, querido
lector, te has dormido ya. ¡Buenas noches.
Moses
Saphir. Periodista húngaro