El pensamiento es inestable e imprevisible, fluido como un río. No sabemos qué lo mueve, qué lo hace funcionar. El pensamiento es lo más inestable a la vez que lo más elevado de nuestra mente. Lo más propiamente humano, lo que nos define como personas, es lo que está más alejado de nosotros, y lo más desconocido y extraño a nuestro propio conocimiento; es paradójico. No sabemos explicar por qué pensamos realmente lo que pensamos, o sentimos lo que sentimos, más allá de las justificaciones y excusas de cada momento.
Nuestros
pensamientos y estados son tan variables que no existe la posibilidad
de la repetición. Siempre hay algo diferente, en el mundo exterior o
en nuestros estados internos, que la hacen imposible por mucho que
nos empeñemos en intentar recrear una determinada vivencia. La
repetición no existe, la experiencia siempre es diferente.
Kierkegaard
ahondó en este tema. El mismo café no sabe igual un día que otro,
la misma obra de teatro se aprecia de modo diferente en una sesión
que en otra, el mismo cuadro no es el mismo pasado un
tiempo, igual sucede con la misma ciudad, la misma
visita, el mismo viaje. En realidad no son "el mismo" o "la misma".
Nada es "lo mismo" lo único que se repite es la imposibilitad de la
repetición.