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domingo, 5 de marzo de 2017

Y ASÍ FUE COMO LAS EXPERIENCIAS VIVIDAS CONVIRTIERON A LA BELLA PRINCESITA EN UNA HORRIBLE VIEJA.

     No siempre han sido mis ojos legañosos y ribeteados de rojo, ni mi nariz me besó la barbilla, ni fui siempre sirvienta. Soy la hija de un Papa y de la princesa Palatina. Hasta la edad de trece años me educaron en un palacio donde todos los demás no hubiesen servido de caballerizas; uno solo de mis vestidos valía más que todos los primores de París. Crecí en hermosura, gracia y talento. Todos ponían en mí grandes esperanzas; ya había encendido la llama del amor en más de dos corazones; mí seno se iba formando. ¡Y qué seno! ¡Blanco, duro, escultural como el de la Venus de Médicis! ¡ Y qué ojos los mios! ¡Qué párpados! ¡Qué brillo el de mis pupilas! Ofuscaba el de las estrellas, como me decían los poetas romanos.



     Me prometieron a un príncipe, el soberano de Massa Carra: ¡oh, que príncipe! ¡Tan hermoso como yo, todo gracia y dulzura, de claro ingenio y ardiente amor! Yo le amaba como se ama la primera vez, con idolatría, con pasión. Se hicieron los preparativos de la boda con pompa; celebráronse fiestas, torneos a caballo, se cantaron óperas cómicas; y no hubo en Italia quien no compusiera sonetos para mi. A punto ya de ver realizada mi felicidad, cierta vieja marquesa, antigua querida de mi príncipe, convidó a éste a tomar chocolate en su casa; dos horas más tarde el príncipe murió en medio de las más horrorosas convulsiones, pero esto son bagatelas. Mi madre, desesperada, pero menos afligida que yo, decidió  partir por un tiempo a la hermosa hacienda que tenía cercana a Gaeta. Para aquel puerto nos embarcamos en una galera italiana dorada como el altar de San Pedro en Roma. Ahora bien, durante la travesía nos abordo un pirata de Salé; nuestros soldados se defendieron como soldados del papa, quiero decir que arrojaron las armas y se arrodillaron pidiendo al pirata una absolución in artículo mortis.

     Los piratas dejaron, en un abrir y cerrar de ojos, desnudos como monos a los soldados, y lo mismo a mi madre y a mí y a las mujeres que nos acompañaban. Es admirable la presteza con que aquellos hombres desnudaban al prójimo; pero lo que más me sorprendió es que nos metieran el dedo en un sitio donde las mujeres solo consentimos que nos introduzcan cánulas. Aquella operación me pareció singular, y es que todo lo juzga a la ligera quien no ha salido de su tierra. pronto supe que aquella operación tenía por objeto cerciorarse de que no habíamos escondido allí algunos diamantes; costumbre establecida desde tiempo inmemorial entre las naciones cultas que tienen buena marina. Los caballeros religiosos de Malta nunca la olvidan cuando cogen a turcos y turcas: es una ley de derecho de gentes que jamás ha caído en desuso.

     Difícil es decir lo duro que es para una joven princesa el que la lleven, en unión de su madre, esclava a Marruecos; fácil será imaginar lo que padecimos a bordo del buque pirata. Mi madre aún de muy buen ver, y nuestras camareras y nuestras criadas tenían más encantos que todas las mujeres del África reunidas.
En cuanto a mi, era un portento de hermosura y sobre todo esto era virgen. ¡Ay! Poco duró mi doncellez; esa bella flor, reservada al bello príncipe de Massa Carrara, me la arrebató el capitán pirata, negro, abominable, que aún creía hacerme un favor. Muy fuertes y robustas teníamos que ser para sobrevivir a todas las desventuras que pasamos hasta llegar a Marruecos. Pero dejemos eso a un lado, son cosas tan comunes que no vale la pena relatarlas.

Marruecos nadaba en sangre al llegar nosotras. Cada uno de los cincuenta hijos del emperador Muley tenía su partido. Lo cual era causa de cincuenta guerras civiles, de moros contra moros, de negros contra mulatos, de moros contra negros: era una matanza continua en todo el imperio.

     Apenas hubimos desembarcado, cuando se alzo en armas un grupo de negros pertenecientes a la facción contraria a la de nuestro pirata para quitarle el botín. Después de los diamantes y del dinero, nosotras éramos lo más precioso. Entonces presencie un combate como nunca se ven en los climas de Europa. Los pueblos del norte no tienen la sangre tan ardiente, ni el hambre insaciable de mujer como en África. Parece que los europeos llevan leche en las venas; en las de los habitantes del Atlas corre vitriolo, fuego. Los dos bando lucharon con el furor de los leones, los tigres y las serpientes de la comarca para ver quien se apoderaría de nosotras. Un moro cogió a mi madre por el brazo derecho, y el capitán la retuvo por el brazo izquierdo; otro moro la asió por la pierna, y de la otra uno de nuestros piratas. Nuestras sirvientas se vieron casi todas, en una situación idéntica: esto es, agarradas cada una de ellas por cuatro hombres que tiraban cada cual por su lado.  Mi capitán me oculto tras de sí y blandiendo una cimitarra, daba muerte a cuantos se oponían a su rabia. En seguida vi a nuestras italianas y a mi madre desgarradas, hechas pedazos, asesinadas por los mismos monstruos que se las disputaban; y yo quedé moribunda sobre un montón de cadáveres. Sucesos como el que acabo de explicar ocurrían constantemente, sin que sus autores dejasen de rezar al día las cinco oraciones prescritas por Mahoma.

                                       Continuará en...  "Siguen las penurias de la vieja"