El 16 de enero de 1988 tuvo lugar la ceremonia, el depósito de las cenizas de la gran escritora Marguerite Yourcenar, en el discreto y pequeño cementerio de Somesville. El profesor y traductor Walter Kaiser, gran amigo de Marguerite, fue el maestro introductor: devolvemos a la tierra helada los últimos restos del gran espíritu que hoy honramos.
En
aquella mañana envuelta en el intenso frío de Maine, el aire
resonaba con una paz tan cristalina que casi se hubiera creído, por
un instante, oír la musica de las esferas celestiales. Confiamos
entonces lo que quedaba de Marguerite Yourcenar a aquel rincón de
tierra al que tan tiernamente había amado.
Sólo
eran sus restos mortales. Ya hacía mucho tiempo que había alcanzado
la inmortalidad, no solo la que confiere la Academia Francesa, sino
la inmortalidad suprema que ella se había ganado con su obra, a la
que ninguna muerte podía alcanzar. Pues mientras existan hombres y
mujeres que, en lo efímero de este mundo se pregunten por el sentido
de su humanidad Marguerite será siempre una de las autoras hacia la
cual se volverán para buscar una respuesta. Es la pregunta que ella
se hizo durante toda su vida, la cuestión que todos los libros
tratan de dilucidar. Y es por la sabiduría de su respuesta por lo
que sus libros serán leídos eternamente.
Ella
había reflexionado mucho sobre la muerte. En verdad creo que ningún
otro autor, en toda la literatura mundial, ha descrito tan
continuamente, en lo más hondo, el acto de morir. Pero a pesar de
que, lo mismo que Montaigne, sintiera afecto y respeto por aquellos
que se preparan para su muerte, y de que dijese que le parecía “la
forma suprema de la vida”, al igual que Montaigne también sabía
que el gran problema es vivir, no morir.
Para
Marguerite, la vida era una experiencia intensa, rica en dones y en
perpetuos deslumbramientos. Y sin embargo, su visión de la
existencia era sombría y grave. Por los griegos, a quienes tanto
quería, y más aún por su propia percepción y experiencia, sabía
que el destino de los hombres es inexorablemente trágico y que, como
dijo Job: “el hombre nacido de mujer tiene la vida corta y llena de
tormentos”. Sabía también como Píndalo, que el hombre no es más
que la sombra furtiva de un sueño, que los imperios son efímeros,
los amores furtivos y la misma tierra perecedera. Adivinamos que
pensaba igual que Keas, que este mundo “es un valle donde el alma
se forja”, donde nuestra inteligencia no se convierte en alma sin
pasar por la ardiente alquimia de los dolores y los males. Es
pesimista en cuanto al porvenir de la humanidad empeñada en destruir
su entorno, incapaz de escuchar las lecciones del pasado, y su mirada
se entristecía ante el espectáculo de lo que ella llamaba “el
documento humano, el drama del hombre en lucha con las fuerzas
familiares y sociales que lo habían hecho y que brizna a brizna lo
destruían.
Y
sin embargo, al mismo tiempo, su infinita compasión por toda la
creación, hombre o animal, vegetal o mineral, y su iluminada
certidumbre del carácter sagrado de la vida, por muy breve que ésta
sea, la salva de caer en la árida desesperación del nihilismo. Su
aptitud para captar y saborear el instante en sus más mínimos
detalles, y esa mirada a vuelo de pájaro mediante la cual unía
orgánicamente la sucesión de instantes para transformarlos en flujo
de tiempo y de historia, le proporcionaban, si no la esperanza, sí
al menos una profunda y suficiente adhesión al mundo. En su última
gran obra, una especie de testamento al termino de su larga vida de
escritora, su héroe Nathanael, antes de morir medita acerca de lo
que forja su identidad como ser humano. Y poco a poco, su meditación
se transmuta en una suntuosa celebración de tolerancia hacia toda la
vida, en celebración de la esencia fraternal que une a todas las
criaturas. Sus palabras, sin duda alguna, reflejan el último credo
de Marguerite Yourcenar.
Y
en este día en el que le decimos adiós, yo quisiera pronunciar para
ella esa antigua fórmula propiciatoria que Adriano, sin duda alguna
conocía: Ojala la tierra, esa tierra que amaste con tanta ternura,
pese sobre ti de manera infinitamente leve...