Curioso
país la India, lleno de contrastes, de religiosidad, de mitos, de
ríos sanadores, de vacas callejeras y gente humilde. Cuando mi
marido me propuso el viaje automáticamente dije sí. Pensé en el Ganges, “el
río de la vida” donde la gente quiere vivir y morir. En este país
todos los ríos son sagrados pero de forma especial lo es la diosa
Ganga, que es el nombre que aquí recibe el Ganges. Como símbolo de
fertilidad que es, su nombre es de mujer “La Ganga”. La que da la vida, produce riqueza y fertilidad. Gracias a estas aguas la vida es fácil, generosa y abundante. Discurre de
forma paralela a la gran cordillera del Himalaya, y sus aguas ricas y
abundantes en nutrientes fertilizan las tierras de la gran llanura
de Uttar-Pradesh produciendo grandes cosechas. Desde siempre la
fertilidad impuso aquí su fuerza y su ritmo dándole nombre. Las
aguas del Ganges están consideradas como las más fértiles del
mundo ya que transportan gran cantidad de limos y minerales desde las
altas montañas.
Otra
cosa que me llama mucho la atención aquí es la convivencia entre
los antiguos mitos y la modernidad. Aquí todo parece tener cabida.
Conviven “aparentemente en armonía”, la alta tecnología y los
mitos más ancestrales. No hay que olvidar que India es la cuna de
todas las religiones practicadas hoy en el mundo. Todas, desde la más
antigua a la más innovadora tiene su origen aquí en la India y lo
más curioso es que hoy todavía son millones los seguidores y
practicantes de los viejos rituales. La religión mayoritaria es el
hinduismo, pero con ella conviven muchas otras: islamismo, budismo,
taoísmo, cristianismo y...
Tolerancia y respeto hacia los otros y sus creencias parece ser el lema seguido, incluyendo aquí a toda la vida animal, perezosas vacas, monos hambrientos e insaciables; incluso los reptiles son sagrados: cobras y najas venenosísimas las dos, son respetadas y temidas a un tiempo.
Bueno
me centraré en este río famoso y fértil que me cautivo ya antes
de conocerlo. Teníamos claro que nuestro paso por India tenia que
incluir una visita al río, no sabría decir muy bien el por qué
pero así lo decidimos.
Ir
a la India, y no ver o incluso bañarme en el Ganges, era como ir a
Roma y no visitar la capilla Sixtina. Así pues, sabiendo de la gran
contaminación reinante en tan sagrado río, decidimos ir hacía el
origen o lo más cerca posible de él; aguas arriba, lo más lejos de
las grandes poblaciones para evitar las incineraciones funerarias.
Aguas limpias, espacios sin contaminación eran nuestro objetivo. En
principio pensamos en la ciudad de Haridwar, famosa ella por los
encuentros multitudinarios que se celebran cada doce años en honor
de la diosa Ganga. Pero no nos pareció suficiente limpio el lugar, y
con toda razón según vimos luego. Así pues, decidimos subir más
al norte de Risikesh, donde las montañas encajonan al río y este
fluye indómito y salvaje hasta la llanura.
La
leyenda cuenta que: hace millones de años el río Ganges fluía por
el cielo. Fue el rey Bagarathi, quien al ver el sufrimiento de su
pueblo, ante las hambrunas y sequías le pidió que descendiese a la
Tierra. Sus ruegos fueron escuchados y el agua cayó con tanta fuerza
sobre la tierra que apunto estuvo de anegarla toda y de ahogar a sus
habitantes. Fue el dios Shiva quien, compadecido ante tal desastre,
puso su cabeza para atenuar la fuerza de las aguas y que a través de
sus largos y ensortijados cabellos las aguas cayeran amansadas.
Fue
bonito recorrer las orillas, sentarse a ver cómo la gente vive junto al río. Los niños juegan, se bañan, venden ofrendas a
los turistas para que las dejen junto al río. Hombres y mujeres realizan su
limpieza, sus abluciones diarias, pasean, meditan o simplemente viven.
El buen clima favorece el disfrute de estos sencillos rituales. Para
los hidúes vivir junto al Ganges es un privilegio, los acerca a la
iluminación, a lo sagrado, además de ayudarles a poner fin a las
reencarnaciones de la rueda de la vida. La vida y la muerte los
conecta al río, los hace pacientes en la vida y esperanzados en la
muerte.
Desde
que nace en los Himalayas, hasta el golfo de Bengala donde desemboca
y forma el mayor delta del mundo, recorre más de 2.500 km. Riega las
llanuras de Uttar Pradesh, y continúa hasta la ciudad sagrada de
Benarés. Ningún otro río es más venerado que él. Alejandro
Magno, consideró al Ganges como la frontera del Universo, el límite
entre la vida del cuerpo y la vida espiritual. Quizás sea cierto
esto, ya que se cuentan por miles, incluso por millones las personas
que ansían ser incineradas junto a sus orillas para romper el ciclo
de la vida y dejar de reencarnarse.
No
me canso de ver, de mirar el río; he de reconocer que esta zona
del norte es realmente bonita. Las nieblas de la mañana cubren y tapan
las montañas dándole un aire misterioso, humedo que lo
hace más bonito aún. Lo llevaré impreso en la retina mucho tiempo y seguiré disfrutando de este paisaje cuando esté lejos, en mi país. En las tardes de invierno volveré a este recuerdo y a los días
pasados junto a él.
Apenas unos metros separan el festín de la vida, juegos, baños y risas, de otro más sombrío. Los pilares de un puente abandonado a medio construir marcan la frontera y tapan la visión. Una hoguera junto al agua despierta nuestro asombro. ¿Podría ser eso una pira funeraria? ¿Podrían estar incinerando a alguien? Nos detuvimos, observamos y con sorpresa vimos que el lugar era lo imaginado. Una pira estaba ardiendo y a solo unos metros pudimos ver montones de leña que empezaba a ser colocada de forma rectangular para formar otra nueva.
Junto
a las piras en formación vislumbramos dos bultos, pequeños por la
distancia, pero..., no había duda posible, junto al agua y envueltos
en blancos sudarios, dos cadáveres esperaban a ser depositados sobre
el montón de leños. Grupos de hombres se apiñan en la orilla,
acompañando, llevando leña y formando las piras. No nos atrevemos a
acercarnos y menos con una cámara en la mano, el pudor nos impide
entrometernos en tan solemne actividad. Nos sentamos en un alcorque a
la sombra del árbol de caléndulas y desde allí seguimos la
incineración.
Nuestros días en la India están llegando a su fin, hay que volver a Delhí y tomar un vuelo hacia Europa y luego a España. Madrugamos. Aún no es de día cuando cruzamos el río. No hay taxis a este lado del Ganges, así que hay que cruzar el puente andando. Durante el trayecto tengo tiempo para la despedida, será difícil que volvamos, no a la India, pero sí a caminar sobre este puente colgante. Estamos prácticamente solos y sentimos la vibración del puente bajo nuestros pies. No nos da miedo. Lo conocemos, hemos cruzado por él unas cuantas veces en estos días. Miro a los dos lados del río, quiero gravar su imagen en mi retina; luego intento buscar alguna estrella en el cielo brumoso del amanecer sin éxito, y seguimos caminando con la esperanza de encontrar pronto un taxi que nos lleve a la estación de autobuses.