Huyendo del calor de la ciudad, la mente echa una mirada a los viejos recuerdos. Vuelve a soñar con los bosques y los ríos que antaño nos ofrecieron sombra y frescor. Ríos de aguas claras y frescas, donde su contacto nos hacía estremecernos no sólo de frío, sino de placer. Pensar en la naturaleza me alivia del peso de los días, del peso del trabajo y la rutina. Quiero algo diferente: soledad, belleza y algo que me conecte con la vida. Nada de playas y gentío, ruidos, coches, calores o bullicios. Zamora, Portugal, Orense…, ningún lugar de moda, sólo ríos y montes.
La catedral de Toro |
Uno de nuestros bonitos ríos |
Junto al río Tera.
Un campo de amapolas |
En Quintanilla, Portugal. |