Adam Smith (un apóstol del libre cambio que trabajaba como... ¡inspector de aduanas!) y sus discípulos eran unos hipócritas redomados. Reparemos, por ejemplo, en esta afirmación brutal de Patrick Colquhoun: «La pobreza es ese estado en el que el individuo carece de propiedad y de otros medios de subsistencia que los derivados de su industriosidad en ocupaciones diversas. Por lo tanto, la pobreza es el más necesario e indispensable ingrediente en la sociedad; sin él, las naciones y las comunidades no podrían existir civilizadamente. La pobreza es la fuente de la riqueza, dado que sin pobreza no podría haber trabajo; y tampoco podría haber riquezas, refinamiento, comodidad ni beneficio para los poseedores del dinero».
Y para alcanzar ese estado en que la pobreza se convierte en fuente de riqueza para los poseedores del dinero había antes que fabricar a los pobres, despojándolos de sus tierras, para ponerlos luego a trabajar en las fábricas por un sueldo mísero, dándoles a cambio de la libertad concreta que les brindaba la tierra un batiburrillo de libertades abstractas que les llenasen la cabeza de ideales utópicos (o sea, de fantasmagorías e irrealidades) y los enzarzasen en una demogresca aturdidora. Así se creó una humanidad esclavizada y encantadísima de la olimpiada de libertades que le habían regalado.
Publicado por: XL SEMANAL, 6 de Septiembre 2015