El blog de Teresa. teresamonterde.blogspot.com

viernes, 30 de septiembre de 2016

SALGUEIRO, UN PUEBLO ABANDONADO DE LA GALICIA MÁGICA

    

   En la sierra de Xures, junto a la frontera portugesa, encontramos la aldea de Salgueiro. Abandonada a mediados del siglo XX, por lo agreste del lugar y la lejanía de otras poblaciones, tuvo una segunda oportunidad de reconstrucción en los años noventa.  La crisis económica dejo interrumpido el proyecto.






    Tuvimos el placer de visitar el lugar este verano y aquí van unas fotos como recuerdo de este bonito pueblo gallego. Junto a sus casas de piedra, nos invadió el recuerdo de los que allí vivieron, no los conocíamos pero, Salgueiro y sus ruinas nos hablan de ellos. Paseando por sus calles  imaginamos como serian sus  sus vidas, sus trabajos, y como no, también su aislamiento.




    Los habitantes de Salgueiro vivían de la ganadería y de la agricultura, pero también de la fabricación  del carbón, que vendían a las herrerías del norte de Portugal. De los vecinos de Salgueiro se dice que pertenecían a una sociedad lusitana tipo masónica llamada de la Carbonaría o de Os Carboeiros cuyo objetivo fundamental era la imposición de la república portuguesa que culminó en 1910.




martes, 27 de septiembre de 2016

NELL LEYSHON "DEL COLOR DE LA LECHE"

    La historia de Mary rescata del olvido una de las muchas historias de mujeres invisibles, de esas mujeres que a lo largo del tiempo han sido las autenticas sostenedoras de la vida;  haciendo posible que la vida fuese un poco más amable para todos.
    Este libro tiene el acierto de contar en primera persona una historia mil veces repetida y sufrida, pocas veces contada y que hoy por primera vez podemos ver impresa en forma de libro. Una vez leído el libro tenemos la sensación de haber cambiado. Un flash nos ilumina la conciencia y, por un tiempo nos convierte en Mary.

       "Éste es mi libro y estoy escribiendo con mi propia mano.
Era el año del señor mil ochocientos treinta y mi padre vivía en una granja y tenía cuatro hijas de las cuales yo soy la que nació hace menos tiempo.
     En la casa también vivía una madre y un abuelo.
     El día que empezó todo no fue un día cálido, no, ése fue un día frío desde el principio y había escarcha sobre cada brizna de hierba..."

     Elias Canetti, escribió que en las escasas ocasiones en que las personas logran liberarse de las cadenas que las atan, suelen, inmediatamente después, quedar sujetas a otras nuevas. Mary, una niña de quince años que vive con su familia en una granja de la Inglaterra rural de 1830, tiene el pelo del color de la leche y nació con un defecto físico en una pierna, pero logra escapar momentáneamente de su condena familiar cuando es enviada a trabajar como criada para cuidar a la mujer del vicario, que está enferma. Entonces, tiene la oportunidad de aprender a leer y escribir. Sin embargo, conforme deja el mundo de las sombras, descubre que las luces pueden resultar incluso más oscuras.


     Mary, con una inocencia desgarradora se empeña en dejar un testimonio escrito del destino que le ha tocado y, al que no tiene la posibilidad ni de cambiar ni de renunciar.
     Nuestra amiga, no tiene el poder de gobernar su vida, está atrapada en la sociedad de su tiempo. Su padre y el vicario, para quien Mary es obligada a trabajar, son los auténticos dueños de su vida, de su trabajo y de su existencia. «Del color de la leche es una historia trágica que desciende al bajo-fondo donde se desenvuelve la vida de las mujeres, el hogar y la casa. Hoy, gracias a la escritura de Valeria Luiselli y al recogido silencio de nuestra lectura hemos podido recobrarla. Un silencio largo, estremecido, y lleno de rabia. Pero también un silencio esperanzado y lleno de admiración».

          Valeria Luiselli, NELL LEYSHON nació en Glastonbury (Inglaterra)


 

lunes, 19 de septiembre de 2016

MIJAÍL BULGÁKOV. EL MAESTRO Y MARGARITA. (FRAGMENTO)



"¡Adelante, lector! ¿Quién te ha dicho que no puede haber amor verdadero, 

fiel y eterno en el mundo? ¡Que le corten la lengua a ese mentiroso!

¡Sígueme, lector, a mí, y sólo a mí, y yo te mostraré ese amor!"


    Las manchas de luz que filtraban los tilos dibujaban figuras complicadas. En el dormitorio de Margarita todas las luces estaban encendidas, mostrando el gran desorden que reinaba en la habitación.
    Margarita estaba sentada ante el espejo, con un albornoz echado sobre su cuerpo desnudo y unos zapatos de ante negro. Delante de ella, junto a la cajita que le había dado Azazello, estaba el reloj con pulsera de oro. Margarita no apartaba de él la mirada.
    A veces le parecía que el reloj se había estropeado, que las agujas no se movían. Pero sí, se movían, muy despacio, como pegándose, y por fin la aguja larga marco los veintinueve minutos. A Margarita le palpitaba tan fuerte el corazón, que no pudo coger la cajita. Por fin consiguió dominarse, la abrió y dentro vio una crema amarillenta. Le pareció que olía a fango de pantano. Cogió un poco de crema con la punta de los dedos y se la puso en la mano. El olor a hierbas de pantano y a bosque se hizo penetrante. Empezó a frotarse con la crema la frente y las mejillas.
    La crema se esparcía con facilidad. Se fricciono varias veces, se miro al espejo y dejo caer la caja del reloj. La esfera se agrietó enseguida. Cerro los ojos, luego se miró otra vez y rió desaforadamente.
    Sus cejas depiladas como dos hilos, se habían espesado y le arqueaban suavemente los ojos, más verdes que nunca. Una fina arruga que le atravesaba verticalmente la frente, aparecida cuando perdió al maestro, desapareció sin dejar rastro. Desaparecieron también las sombras amarillas de las sienes y una red de arrugas, apenas visibles, junto a la comisura externa de los ojos. Un color rosa uniforme le cubría la piel de las mejillas, tenía la frente blanca y limpía y había desaparecido el rizado de peluquería.
    La Margarita de treinta años veía reflejada en el espejo a una mujer morena, de unos veinte años, con el pelo ondulado.
    Dejó de reír, se quito de un golpe el albornoz, cogió bastante crema y empezó a frotarse el cuerpo con enérgicos masajes. Se puso toda color rosa, como iluminada por dentro. Luego, como si le hubieran sacado una aguja del cerebro, se le calmó el dolor en una sien, que le había durado toda la tarde; se le fortalecieron los músculos  de las extremidades y el cuerpo se tornó ingrávido.
    ¡Qué crema! ¡Pero qué crema! -grito Margarita, cayendo en un sillón.
    El efecto de las fricciones no fue solo físico. Ahora bullía la alegría en cada célula de su cuerpo, la sentía en forma de pequeñas burbujas que le pinchaban. Se sentía libre, completamente. Vio con claridad que había sucedido justamente aquello que presintiera por la mañana, que dejaría el palacete y su antigua vida para siempre.
     Corrió desnuda, volando a veces, al despacho de su marido, encendió la luz y se precipito al escritorio. En una hoja de papel, que arrancó de un cuaderno, escribió de prisa, sin tachaduras, unas palabras a lápiz.

       Perdóname y olvídame lo antes que puedas. Me voy para siempre.
       Es inútil que me busques. Me han vencido el dolor y la desgracia
       y me he convertido en bruja. Me voy, ya es la hora. Margarita 

    Margarita  voló a su dormitorio, sentía alivio en su alma.
Natasha la seguía corriendo, con un montón de ropas. Y todos aquellos objetos, perchas de madera con vestidos, pañuelos de encaje, unos zapatos azules de raso, un cinturón, todo aquello cayo al suelo y Natasha se sacudió las manos libres.
      -¿Qué tal estoy? -preguntó Margarita con voz ronca.
      - ¿Pero que se ha hecho? -decía Natasha, retrocediendo hasta la puerta-, ¿Cómo lo ha conseguido, Margarita?
      -¡Ha sido la crema, la crema! -contesto Margarita señalando la reluciente cajita de oro y dando vueltas frente al espejo.
     Olvidando la ropa tirada en el suelo, Natasha corrió hacía el tocador y se quedó mirando los restos de crema con los ojos encendidos por la envidia. Sus labios se movían en silencio. Se volvió hacia Margarita y pronunció con beatitud:
   -¡Qué cutis! ¡Pero qué cutis! Margarita si parece que reluce! 
    Volvió en sí y corrió hacía los trajes tirados, los levantó para quitarles el polvo.
    -¡Déjalo! -gritaba Margarita-, ¡Al diablo! ¡Déjalo todo! O no, llévatelo de recuerdo. ¡Llévate todo lo que haya en esta habitación!
    Natasha, como si de repente se hubiera vuelto loca, se la quedó mirando, se colgó de su cuello y gritó dándole besos:
   -¡Si parece de raso! ¡Si reluce! ¡Y las cejas!
   En aquel momento entro por la ventana y siguió volando un vals virtuoso y atronador; se oyó el ruido de un coche que se acercaba a la puerta del jardín.
   -¡Ahora llamará Azazello! -exclamó Margarita, mientras escuchaba el vals, que rodaba por la calle-. ¡Me llamará! ¡Y el extranjero no es peligroso, ahora me doy cuenta de que no es peligroso! 
    El teléfono rompió a sonar en el dormitorio, Margarita salto del antepecho de la ventana y cogió el auricular.
    -Habla Azazello.
    -¡Querido, querido Azazello! -exclamó Margarita.
    -Ya es la hora. Salga volando. Cuando pase por la puerta del jardín grite: "¡Invisible!". Luego vuele sobre la ciudad, para acostumbrarse, y después hacia el sur, fuera de la ciudad, al río. ¡La están esperando!
   -Margarita colgó el auricular. En el cuarto de al lado se oyó el paso de alguien que cojeaba y como si algún objeto de madera golpease la puerta. Margarita la abrió y entro bailando en el dormitorio la escoba con las cerdas para arriba. El palo redoblaba en el suelo, daba patadas e intentaba salir por la ventana como fuera. Margarita dio un grito de alegría y se monto en la escoba. Solo entonces le pasó por la cabeza la idea de que con todo aquel lío había olvidado vestirse. Siempre galopando sobre la escoba se acercó a la cama y cogió lo primero que encontró a mano: una combinación azul. Moviéndola como un estandarte, echó a volar por la ventana. El vals sonó con más potencia.
     Margarita se deslizo desde la ventana hacia abajo. Adiós, gritaba Margarita, bailando la música del vals. Y dándose cuenta de que la combinación no le servía para nada, la arrojo a la cabeza del vecino, con cara sarcástica. El hombre cegado, cayo del banco sobre los ladrillos del camino.

   
    Margarita se volvió a mirar por última vez el palacete en el que había sufrido tanto tiempo y vio en la iluminada ventana la cara de Natasha, con los ojos desorbitados por el asombro.
    -¡Adiós, Natasha!, gritó Margarita, y levantó la escoba-, ¡Invisible! ¡Invisible! -gritó con fuerza, y dejo atrás la verja, pasando entre las ramas de los tilos. Estaba en la calle. El vals, completamente enloquecido, la seguía.

    ¡Invisible y libre! ¡Invisible y libre...! ¡No hay mayor felicidad!

                        
 FIN



martes, 6 de septiembre de 2016

EL CAMBIO, UNA REALIDAD COTIDIANA Y CONSTANTE EN EL MUNDO MODERNO



   NACER, CRECER, MORIR; HE AQUÍ UN CAMBIO CONSTANTE DE LA VIDA.
  Como bajeles perdidos en la noche de los tiempos navegan nuestras vidas. Son muchos los que aseguran que el descontento y la insatisfacción son el principal motor de cambio en la historia. No seré yo quien lo ponga en duda. Todo cambia, todo se desvanece, es ley de vida. Con el paso del tiempo vemos como se transforma todo; lo nuevo se hace viejo, los niños crecen sin parar, los jóvenes... apenas tienen tiempo de saborear la plenitud, y los problemas van cambiando según las circunstancias y los tiempos. 
    Con la obra de Fausto ha ocurrido algo parecido. Lo que ayer fue considerado una extravagancia demoníaca, solamente tolerada por la gran reputación de Goethe, hoy gracias a la ciencia, a la modernidad, y al "espíritu de los tiempos" ha perdido tal connotación. Tanto aquí en Occidente, como en el resto del mundo, hombres y mujeres consideran normal preguntarse, interrogarse sobre ellos mismos y sobre la vida que les toca vivir, a fin de entenderse sin escindirse. A estos ajustes de  reflexión,   se suele llamar crisis existencial; y lejos de ser considerada patológica, dicha crisis forma parte de lo que hoy llamamos crecimiento vital o personal.
     Al igual que Fausto, son muchos los jóvenes y los no tan jóvenes también, a quienes, en medio de la noche encontramos hablando consigo mismos.  Normalmente, el que habla es joven, pobre, sin experiencia: El Fausto de Goethe en cambio, es un hombre maduro ya, se le reconoce y estima como doctor, hombre de ciencia, profesor, pero igualmente insatisfecho. Lo encontramos rodeado de libros hermosos y raros, manuscritos, pinturas e instrumentos científicos. Y sin embargo, todo lo que ha obtenido le suena a hueco, todo lo que lo rodea tiene el aspecto de un montón de morralla. Habla interminablemente consigo mismo y dice que no ha vivido en absoluto.
    Lo que hace que Fausto sienta sus triunfos como trampas es que hasta ahora todos ellos han sido triunfos del mundo interior. Durante años, tanto mediante la meditación como la experimentación, la lectura de libros, no olvidemos que es un humanista en el sentido más verdadero; nada humano le es ajeno, ha hecho todo lo que estaba a su alcance para cultivar su capacidad de pensamiento. Y sin embargo cuanto más se ha expandido su mente, más profunda se ha hecho su sensibilidad, más aislado se encuentra y más se ha empobrecido su relación con la vida exterior, con las demás personas, con la naturaleza e incluso con sus propias necesidades y poderes activos. Su cultura se ha desarrollado apartándole de la totalidad de la vida.
    La obra de Fausto forma parte ya del imaginario colectivo, es una continua reflexión en el tiempo, que cada uno de nosotros hacemos en un momento determinado de nuestra vida. Para muchos, y
en determinados momentos, la vida  se nos antoja angosta y sin brillo. Entonces es cuando se hace necesaria la reflexión y el dialogo con nosotros mismos. Emprender la búsqueda "DE LAS MIL Y UNA COSAS QUE SE NOS HAN IDO ESCAPANDO" a lo largo de la vida y los años; del equilibrio perdido "NO SE SABE CUANDO", y que hoy se hace imprescindible recuperar para seguir viviendo. En esa tarea andamos todos, jóvenes y viejos, sanos o enfermos, locos, tímidos, triunfadores o vencidos; todos en busca de ese equilibrio constantemente amenazado con los cambios, y... que se desvanece apenas conseguido.