La
naturaleza en general y los animales en particular, son los campos con
más recorrido para nuestra curiosidad. La
vida es viaje, la vida es conflicto. De eso no escapamos.
Curioseando
sobre el despertar de la curiosidad llegamos a los sistemas
educativos, a los que se reprocha no estimular el libre ejercicio de la
imaginación. “No digo que antes la situación fuera ideal pero
hasta mediados del siglo veinte había una noción de la educación por
la educación misma. Con métodos equivocados, demasiado severos,
pero para ser un ciudadano válido tenías que poder ejercitar la
mente. Hoy es al contrario, decimos que no importa que ejerzas la
imaginación, la mente; lo que tienes que hacer es adiestrarte para
trabajar. Hemos
convertido a nuestros hijos en esclavos del sistema y no nos
preocupa.
Eso es lo que angustia más, refleja
un cierto desasosiego frente a la pérdida
de un arte que, si bien no era tan común como pensamos, al menos
gozaba de un prestigio que ya no tiene hoy en día. Quizás, en lugar
de tratar de hallar métodos y estrategias para fomentar la lectura,
debiéramos preguntarnos por qué leer ha perdido su antiguo
prestigio.
¿Por
qué las campañas en favor de la lectura dan tan ínfimos
resultados? ¿Por qué no somos capaces de crear más lectores
verdaderos?
Julio Cortázar, lo explicó así: “Un cronopio pequeñito buscaba la
llave de la puerta de calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el
dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se
detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave
de la puerta”. La llave que nos permitiría crear lectores es la
misma que protege los valores de la sociedad en la que vivimos. Y si
esos valores alientan a lo fácil, lo rápido y lo superficial, no
podemos pretender que también alienten lo difícil, lo lento, lo
profundo, las calidades que definen el arte de leer.
Somos
una sociedad mercantil que necesita, para seguir existiendo,
consumidores y no lectores. La lectura inteligente y detenida puede
alentar la imaginación y fomentar la curiosidad y, por lo tanto,
hacer que nos neguemos a consumir ciegamente. Es por eso que
Christine Lagarde, ardiente defensora de las sociedades de consumo,
cuando era ministra de finanzas durante el Gobierno de Sarkozy, dijo a sus ciudadanos que se quejaban de la crisis: " Trabajen más y piensen menos". Madame
Lagarde sabía muy bien que un pensador nunca sería un buen
consumidor.
“Raymond Queneau dijo que todo
libro es o La
odisea o La
Illiada,
toda historia es una historia de viajes o de guerra. Pero todas
nuestras historias encierran una de esas dos cosas y, a veces, esas
dos cosas al mismo tiempo. La
vida es viaje, la vida es conflicto.
De eso no escapamos”.