¡¡MARAVILLOSO CAMBIO!!

  Tengo debilidad por los pequeños ríos y los pequeños cauces, me fascinan las pequeñas corrientes de agua, mis pensamientos se paran y las siguen. Es primavera, el paisaje que se ofrece a mis ojos es una maravilla.
Camino como otros muchos días junto al Canal. Vivir en este barrio casi me obliga a ello. Me relaja el paseo y me mantiene en forma.

Subo y bajo las cuestas y durante el trayecto, me voy dejando llevar por los sentidos. Escucho el trino de los pájaros que cantan en los árboles. Descubro: margaritas, y dientes de león que florecen junto a las riberas. ¡Margaritas! ¡Qué bellas! 

Los arboles empiezan a vestirse, con las pequeñas hojas, su brillante verdor, recuerda la ternura de las cosas primeras, de lo nuevo y pequeño.

Las riberas del cauce florecidas, tras las recientes lluvias, lucen y dan color al verde de la hierba.  Se respira tranquilidad y calma, y poquito a poquito me voy dejando llevar por ese encanto. 

Mis pies me llevan solos, conocen el camino, y mientras en el cauce, los patos y sus crías van de una orilla a otra, me descubro  escuchando los pájaros que cantan. 
De pronto, una pareja de patos voladores, sobrevuela el canal. Van a posarse juntos, un poco más adelante de donde yo me encuentro. En el agua amerizan frenando con las patas. Todo es calma en rededor.

Los hay que vuelan alto, como los cormoranes, pero también hay patos mudos, pollas de agua que apenas si se elevan y, alguna que otra oca. Las pequeñas palomas de todos los colores, felices se  arrumacan.

Ya he quedado atrapada, ya he salido de mi,  pasando a formar parte de ese paisaje acuático. 

De pronto me doy cuenta  de algo diferente. Ningún temor percibo por parte de los pájaros, cantan, bullen, se mueven, con total libertad. No hay inquietud en ellos y no siempre fue así. Antaño yo recuerdo, tirachinas, pedradas a los nidos, rifles de perdigón, subidas a los árboles para coger los huevos... un sin fin de estrategias para cazar las aves, los pájaros y para hacerlos sufrir.

Al darme cuesta de esto, una pequeña luz

se hace en mi cerebro. Y por primera vez, soy felizmente consciente de que algo ha cambiado.

Saber que: al fin, no perseguimos a esos pequeños seres que alegran nuestra vida con sus trinos, sus vuelos. Los sentimos cercanos a nosotros, disfrutamos de su belleza. Los acogemos al fin, como parte de nuestro propio mundo, sabiendo que sin ellos, éste sería más triste y más cruel. Este descubrimiento me llena de alegría, y dentro de mi exclamo.

¡¡Maravilloso cambio!!