El blog de Teresa. teresamonterde.blogspot.com

lunes, 30 de mayo de 2016

NO VOLVERÉ A SER JOVEN, (POEMAS PÓSTUMOS, 1968)


Jaime Gil de Biedma (1929- 1990) se le adscribe a la Generación de
poetas de los 50.
 
De la poesía de  Gil de Biedma siempre se destaca la expresión de la angustia que produce el inexorable discurrir del tiempo.

Uno de los mejores ejemplos de esta preocupación es este poema, “No volveré a ser joven”, que parece reducir la vida al proceso de envejecer y morir, perdiendo las ilusiones de la juventud a lo largo de la vida hasta llegar a una muerte que se percibe muy lejana cuando se es joven.

 
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde

-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, era tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra. 
 

El poema también ha sido musicado muchas veces y por muy diferentes autores, pero yo he escogido a Loquillo:



                               https://youtu.be/f5Q-kXd-GoE
 



jueves, 26 de mayo de 2016

CUANDO SEA VIEJA...


Aviso:                          
                 
Cuando sea vieja me vestiré de morado

con un sombrero rojo que no haga juego y que no me favorezca

y me gastaré la pensión en brandy y guantes 
de verano

y en sandalias de raso y diré que no tenemos para
leche.

Me sentaré en la acera cuando esté cansada

y me zamparé las muestras de las tiendas y pulsaré 
las alarmas

y pasaré el bastón por las barandillas públicas
y compensaré la sobriedad de mi juventud.

Saldré en zapatillas cuando llueva
y arrancaré las flores en los jardines de los demás
y aprenderé a escupir.

De vieja, puedes llevar blusas horribles y ponerte gorda
y comer tres cuartos de salchichas de una sentada
o pasarte una semana a pan y chocolate
y acumular en cajas lápices y bolígrafos y estampas
y chismes.

Pero ahora tenemos que llevar ropa decente
y pagar el alquiler y no blasfemar en la calle
y dar buen ejemplo a los niños.

Tenemos que invitar a cenar a los amigos y leer el
periódico

Aunque, quizá podría empezar a practicar un 
poquito...

así la gente que me conoce no se sorprenderá 
demasiado

cuando de pronto me vea y empiece a vestir de
morado.


                                                          Jenny Joseph

viernes, 20 de mayo de 2016

VIAJE DE UN NATURALISTA ALREDEDOR DEL MUNDO


 Maldonado, 5 de julio de 1832.-



   
    Largamos velas por la mañana y salimos del magnifico puerto de Río. Durante nuestro viaje hasta el Plata no vemos nada de particular, como no sea un día una grandísima bandada de marsopas, en número de varios millares. El mar entero parecía surcado por estos animales, y nos ofrecían el espectáculo más extraordinario cuando cientos de ellos avanzaban a saltos, que hacían salir del agua todo su cuerpo. Mientras nuestro buque corría nueve nudos por hora, esos animales podían pasar y repasar por delante de la proa con la mayor facilidad y seguir adelantándonos hasta muy lejos. Empieza a hacer mal tiempo en el momento en que penetramos en la desembocadura del Plata. Con una noche muy oscura, nos vemos rodeados por un gran número de focas y de pájaros bobos que hacen un ruido tan extraño, que el oficial de cuarto nos asegura que oye los mugidos del ganado vacuno de la costa. Otra noche nos es dado presenciar una magnífica función de fuegos artificiales, naturales: el tope del palo y los extremos de las vergas brillan con el fuego de San Telmo; casi podíamos distinguir la forma de la veleta, que parecía como si la hubiesen frotado con fósforo. El mar estaba tan luminoso, que los Pájaros bobos parecían dejar detrás de sí en su superficie un reguero de luz, y de vez en cuando las profundidades del cielo se iluminaban de pronto al fulgor de un magnífico relámpago.


    En la desembocadura del río, observo con mucho interés la lentitud con que se mezclan las aguas marinas y las fluviales. Estas últimas, fangosas y amarillentas, flotan en la superficie del agua salada gracias a su menor peso específico. Podemos estudiar particularmente este efecto en la estela que deja el barco, allí donde una línea de agua azulada se mezcla con el liquido circundante después de cierto número de pequeñas resacas.

    26 de julio.- Anclamos en Montevideo. Durante los dos años siguientes, el Beagle se ocupó en estudiar las costas orientales y meridionales de América al sur del Plata.

    Maldonado está en la margen septentrional del Plata a poca distancia de la desembocadura de ese río. Es una población pequeña, muy miserable y muy tranquila. 

                                                       Charles Darwin.

                                                          

jueves, 19 de mayo de 2016

ESE BIEN QUE NOS ESPERA: LA FELICIDAD.


    Era una bendición estar vivo aquel amanecer,
pero ser joven era el mismo cielo.

                              Wordsworth


   

    La felicidad no es cosa fácil. Es muy difícil 
encontrarla en nosotros e imposible encontrarla 
en otra parte.

                              Chamfort




    Que cada uno examine qué ha deseado durante 
toda su vida. Si es feliz, es porque sus deseos no
se han cumplido .

                         Príncipe de Ligne



     Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino
 querer lo que uno hace.
 
                           J. Paul Sartre
 

    Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas. 
 
                           Pablo Neruda
 

    Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo. 
 
                             León Tostoi
 

    El verdadero secreto de la felicidad consiste en exigir mucho de sí mismo y muy poco de los otros.
 
                            Albert Guinon



   Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, 
como los borrachos buscan su casa, sabiendo
que tienen una.

                               Voltaire  
      
    Desciende a las profundidades de ti mismo, y
logra ver tu alma buena. La felicidad la hace 
solamente uno mismo con la buena conducta.

                               Sócrates
 
    Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas
cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, 
una pequeña fortuna.

                              Groucho Marx
 
    Ponemos más interés en hacer creer a los 
demás que somos felices que en tratar de serlo.

                  François de La Rochefoucauld

    La felicidad para mi consiste en gozar de buena
salud, en dormir sin miedo y despertarme sin
angustia.

                         Françoise Sagan
 
    Siempre la felicidad nos espera en algún sitio,
pero a condición de que no vayamos a buscarla.

                               Voltaire


 



domingo, 15 de mayo de 2016

NUEVOS TIEMPOS... NUEVA ÉTICA



Para el profesor Noah Harari el nuevo orden imaginado en el que estamos inmersos es equivalente a una religión. Eso si, mucho más cómoda de llevar; se llama consumismo.




LA NUEVA RELIGIÓN... COMPRE Y CONSUMA

    En la Europa medieval, los grandes señores gastaban descuidadamente su dinero en lujos extravagantes, mientras que villanos y campesinos vivían frugalmente fijándose en cada céntimo que gastaban. Hoy las cosas han cambiado. Ricos y pobres, cada uno según sus posibilidades, gastamos nuestro dinero en un sin fin de aparatos y cosas que no siempre necesitamos. 



    ¿Cómo se puede conciliar la ética del consumo con la ética capitalista de los negocios? Es sencillo, al igual que en épocas anteriores, en la actualidad existe una división del trabajo entre la élite y las masas. Las primeras se encargan de amasar dinero produciendo, las segundas se encargan de comprar y consumir los productos producidos por el capital.


    Las dos éticas, la capitalista y la consumista son dos caras de la misma moneda, una mezcla de dos mandatos. El mandato supremo del capital es "¡Invierte!" El mandato del resto de la gente es ¡"Compra!"

    La historia de la ética es un triste relato de ideales maravillosos que nadie cumple. La religión cristiana, por poner un ejemplo, pretextando la salvación de las almas, se dedico a romper los cuerpos y a llenar los cerebros de ideas pecaminosas, sectarias y terroríficas. Hoy se sigue encargando de la educación de las mentes más jóvenes y conserva intacto su poder. Los gobernantes de todos los tiempos nos han vendido siempre seguridad, defensa a cambio de trabajo y sumisión. La realidad era muy otra, lo que defendían era sus propios intereses, su poder y el bienestar de ellos y sus familias; naturalmente, siempre a costa del trabajo y la ignorancia del resto. La igualitaria e independiente justicia también tiene tendencia a inclinarse hacía los focos del poder, no puede evitar girarse ante tan poderoso sol. No fue fácil la adaptación a estas "éticas" tan poderosas, el sufrimiento que causaron aún sigue supurando

    Hoy en día, la mayoría de la gente es capaz de cumplir con éxito el ideal capitalista-consumista. La nueva ética promete el paraíso a condición de que los ricos sigan siendo avariciosos y pasen su tiempo haciendo más dinero, y que las masas den rienda suelta a sus anhelos y pasiones y compren cada vez más. 




    El consumismo nos dice que para ser felices solamente tenemos que comprar tantos productos o servicios como nos sea posible. Si sentimos que nos falta algo o que no va bien del todo, probablemente necesitemos comprar algo; unas cortinas, un ordenador, quizás, unas clases de yoga o un crucero sean suficientes para solventar una pequeña crisis y hacer nuestra vida mejor. 


    Por primera vez en la historia, ésta es la primera religión cuyos seguidores hacen realmente lo que se les pide que hagan. Comprar, consumir ¿Y cómo sabemos que realmente obtendremos el paraíso a cambio de comprar? Porque lo vemos todos los días en la publicidad, la televisión, los centros comerciales y en todo cuando nos rodea. 

    La pregunta qué surge es: ¿podemos seguir produciendo y consumiendo ilimitadamente? Este es el quid de la cuestión. Un problema que nos acucia y que debemos resolver cuanto antes y entre todos.



Teresa Monterde


lunes, 2 de mayo de 2016

DE VIAJE POR LAS TIERRAS NORTEAMERICANAS


    Salimos de Nueva York hacía el Noroeste, nuestro objetivo era visitar algunas de las tribus indias que habitan las zonas más apartadas y salvajes de Norteamérica.

    Recorrimos lugares célebres en la historia de los indios, atravesamos valles, cruzamos ríos que aún llevan el nombre de sus tribus, pero en todas partes, la choza salvaje había dado paso a la casa del hombre civilizado; los bosques habían sido arrasados, la soledad cobraba vida.



    -Diez años atrás -nos decían- estaban aquí, hace cinco años; más allá, hace dos.

    Siguiendo nuestro camino, llegamos a una comarca cuyo aspecto era totalmente nuevo. El suelo ya no era liso, sino que lo interrumpían valles y colinas. En uno de esos parajes pintorescos, nos detuvimos para contemplar el espectáculo que dejábamos atrás; y cual no sería nuestra sorpresa, al ver a nuestra espalda a un indio que parecía seguir nuestros pasos. Era un hombre de unos treinta años, alto y bien proporcionado como todos los de su raza, que no han sido viciados por el alcohol. Tenia el rostro embadurnado de rojo y de negro. Estaba cubierto con una especie de blusa muy corta y un pantalón que le llega hasta el muslo y calza mocasines. De su costado cuelga un cuchillo. Con la mano derecha sostenía una escopeta y con la izquierda dos pájaros que acababa de matar. La primera impresión de la visión fue horrible. Nos quedamos en silencio durante medio minuto...  En sus ojos negros brillaba ese fuego salvaje que aún anima la mirada del mestizo, y que no se pierde sino a la segunda o tercera generación de sangre blanca. Soportó el rápido examen que hicimos de su persona con una impasibilidad absoluta y una mirada firme e inmóvil. Al ver que no mostrábamos ningún sentimiento hostil, comenzó a sonreír; probablemente se dio cuenta de que nos había asustado. Un indio serio y un indio sonriente son dos hombres absolutamente distintos. En la inmovilidad del primero domina una majestad salvaje que imprime un involuntario sentimiento de terror. Si ese hombre comienza a sonreír, todo su rostro adquiere una expresión de ingenuidad y benevolencia que le da un encanto real.

      Al verlo sonreír tratamos de comunicarnos con palabras. Nos dejo hablar cuanto quisimos y luego por señas nos indicó que no entendía. Comunicándonos por señas le pedimos los pájaros que llevaba, y él los entregó a cambio de unas monedas. Al cabo de un cuarto de hora de marcha rápida, al darme nuevamente vuelta, sentí con gran confusión que el indio nos seguía. Nos detuvimos, él se detuvo. Seguimos, él seguía. Nos lanzamos a toda carrera. Los caballos, criados en el desierto, saltaban sin dificultad los obstáculos. El indio aceleró el paso sin esfuerzo; lo veía a la derecha y a la izquierda de mi caballo, saltando por encima de los arbustos y volviendo a caer sobre la tierra sin ruido. Parecia uno de esos lobos del norte de Europa que siguen a los jinetes esperando a que caigan de sus caballos
para devorarlos con mayor facilidad. Como no podíamos entender los motivos que le animaban a seguirnos con paso tan ligero, imaginamos que podía estar llevándonos a una emboscada. En estas reflexiones estábamos ocupados cuando percibimos en el bosque la punta de otra escopeta. Muy pronto estuvimos junto al dueño; en un principio lo confundimos con un indio, vestía una especie de levita corta y ajustada, su cuello estaba desnudo, y calzaba mocasines. Cuando llegamos junto a él, levantó la cabeza y en el acto percibimos que era europeo. Se acerco, nos dio un apretón de manos y empezamos a hablar.

-¿Vive usted en el desierto?- le preguntamos-, 
-Si, Ésa es mi casa- respondió, señalando entre las hojas una choza mucho más miserable que cualquier log house
    -¿Solo?
    -Solo. ¿Y qué hace aquí?
    -Recorro los bosques y cazo aquí y allá las presas que encuentro en mi camino, pero hay pocos buenos tiros para hacer en en este momento.
    -¿Le gusta esta clase de vida?
    -Más que ninguna.
    -Pero ¿no teme a los indios?
    -¡Temer a los indios! Prefiero vivir entre ellos que en compañía de blancos. ¡No! ¡No! No temo a los indios. Valen más que nosotros, a menos que los hayan embrutecido con nuestros licores, ¡pobres criaturas!

    Señalamos entonces a nuestro conocido, el hombre que nos seguía con tanta obstinación y que ahora se había detenido a unos pasos y permanecía inmóvil como una estatua.

    -Es un Chippewai. Apuesto a que regresa de Canadá, donde recibió el obsequio anual de los ingleses. Su familia no debe de estar lejos de aquí.

    -Dicho esto, el norteamericano llamó al indio y comenzó a hablarle en su lengua con desenvoltura. Era agradable ver el placer que los dos hombres, tan distintos por su origen y costumbres, sentían al intercambiar ideas. La conversación giraba, evidentemente sobre el mérito de sus armas.

    -¿Los indios, pregunte, saben utilizar con destreza estas carabinas tan largas y pesadas? 
    -No hay mejor tirador que un indio, con un tono que revelaba la más viva admiración.



     -Examine, los pequeños pájaros que le ha vendido; los atravesó una sola bala, y estoy seguro de que no ha hecho más de dos disparos para tenerlos. ¡Oh! nadie es más feliz que un indio en aquellos lugares donde aún no hemos espantado a las presas de caza.


Alexis de Tocqueville
Quince días en el desierto americano.