El blog de Teresa. teresamonterde.blogspot.com

viernes, 16 de octubre de 2020

SHEREZADE. ASÍ, COMIENZA LA HISTORIA DE LAS MIL Y UNA NOCHES.

    

     Allá por los años donde lo mágico y lo real se entrecruzan surge esta historia. 

    En aquel entonces, había grandes señores: Majarajás, Visires, Sultanes, Genios... Pues en fin, en uno de esos reinos, murió un gran señor, un Sultán. De los dos hijos que tenía, uno heredo el sultanato y el pequeño el territorio de Tasmalia. Los dos eran jóvenes y se habían casado con  bellísimas  jóvenes de alto rango

    El hermano pequeño, señor de Tasmalia, descubrió por azar que su joven esposa le engañaba y de un solo tajo acabo con la vida de los dos amantes.

   

 


    Con gran pesar y gran abatimiento acudió al palacio de su hermano el Sultán en busca de consuelo; y también de forma azarosa se fijó en que la Sultana se entretenía lascivamente con su criado negro. 

    El hecho de saber a su querido hermano engañado mitigo algo su dolor y casi le hizo olvidar su infelicidad, pues pensó: Si mi hermano, el Sultán siendo mucho más poderoso que yo, también ha sido engañado por su esposa, mi humillación es mucho menor. (Las penas compartidas siempre son  más ligeras de llevar) Feliz de no ser el único engañado, da cuenta del agravio a su hermano. 

    La ira del Sultán no fue menor que la del señor de Tasmalia. Ciego de rabia fue al  encuentro de la Sultana, que le era infiel e hizo rodar su cabeza. Pero como era poderoso, joven e irascible no se contento solo con eso. Allí mismo, en el harén y en presencia de todas las esposas y concubinas, él solo hizo una masacre. Cortaba, ensartaba y volvía a cortar, cabezas, brazos..., la roja sangre brotaba sin cesar y por todos los salones. No paró hasta haber terminado con todas ellas, pues creía que todas las mujeres eran iguales: vanas e irresponsables, crueles y lascivas.

    Pero, no hay historia que se precie sin peros. Llego un día en que el gran Sultán se sintió solo y le pidió a su Visir que le consiguiese más mujeres para pasar las largas y tristes noches de palacio y decapitarlas una vez amanecido.

     El Visir apesadumbrado por tantas y tantas muertes le contó a su hija Sherezade los problemas que le aquejaban a él y al reino, de principio a fin.  

    Ella escuchó cuidadosamente y le propuso: por todos los Dioses, padre, cásame con el rey, porque si no me mata él antes, yo seré la causa de la salvación de las hijas del reino.



 


    Sherezade, la hija del Visir, llena de valor e ingenio, traza un plan: se ofrece como esposa del sultán y la primera noche logra sorprender al rey contándole un cuento y salvando su vida. El sultán se entusiasma, pero la muchacha interrumpe el relato antes del alba y promete el final para la noche siguiente. Así, durante mil noches. Al final, y entre cuento y cuento, ella da a luz a dos hijos del mencionado Sultán y después de mil y una noches, el sultán feliz y agradecido, le conmuta la pena para seguir disfrutando de su ingenio y compañía.


     



  

 

 



    


miércoles, 16 de septiembre de 2020

NOSOTROS SOMOS PARTE DE LA TIERRA

 

Lo que contestó el Jefe Indio Noah Seathl, en 1859 al presidente, Pierce de los EE.UU, cuando éste le propuso comprarle las tierras indígenas del Noroeste.


    El gran Jefe de Washington nos envía un mensaje para hacernos saber que desea comprar nuestra tierra. También nos manda palabras de hermandad y de buena voluntad. Agradecemos el detalle, pues sabemos que no necesita de nuestra amistad. Pero vamos a considerar su oferta, porque también sabemos de sobra que, de no hacerlo así, quizá el hombre blanco nos arrebate la tierra con sus armas de fuego. 
 


    Pero... ¿Quién puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?. Esa idea es para nosotros extraña. Ni el frescor del aire, ni el brillo del agua son nuestros. ¿Cómo podría alguien comprarlos?. Aún así, trataremos de tomar una decisión.

    Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada aguja de un abeto, cada playa de arena, cada niebla en la profundidad de los bosques, cada claro entre los árboles, cada insecto que zumba es sagrado para el pensar y sentir de mi pueblo. La savia que sube por los árboles es sagrada experiencia y memoria de mi gente.

    Los muertos de los blancos olvidan la tierra en que nacieron cuando desaparecen para vagar por las estrellas. Los nuestros, en cambio, nunca se alejan de la tierra, pues es la madre de todos nosotros. Somos una parte de ella, como el ciervo, el caballo, el águila majestuosa, son nuestros hermanos. Las escarpadas montañas, los prados húmedos, el cuerpo sudoroso y el hombre..., todos pertenecen a la misma familia.

    Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington nos envió el recado de que quería comprar nuestra tierra, exigía demasiado de nosotros.

     Él sería nuestro padre, y nosotros seríamos sus hijos. ¿Pero eso será posible algún día?. Dios debe amar a su pueblo y abandonado a sus hijos rojos. No, nosotros somos razas diferentes. Nuestros hijos y los vuestros no juegan juntos, y vuestros ancianos y los míos no cuentan las mismas historias. Dios os es favorable, y nosotros nos sentimos huérfanos. Aun así, meditaremos sobre vuestra oferta de comprarnos la tierra. No será fácil, porque esta tierra es sagrada para nosotros.

    Nos sentimos alegres en estos bosques. El agua cristalina, que corre por los arroyos y los ríos no es sólo agua, es también la sangre de nuestros antepasados. Si os la vendiéramos tendríais que recordar que es sagrada, y enseñarlo así a vuestros hijos. De hecho, los ríos son nuestros hermanos.

    Nos libran de la sed, arrastran nuestras canoas y nos procuran alimento. Cada imagen que reflejan las claras aguas de los lagos son el recuerdo de los hechos que ocurrieron y la memoria de mis gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

    No sé, pero nuestra forma de ser es muy diferente de la vuestra. Quizá porque el "Piel Roja" es un salvaje y no lo comprende. El aire es de gran valor para nosotros, pues todas las cosas participan del mismo aliento: el animal, el árbol, el hombre, todos.

    El hombre blanco parece no dar importancia al aire que respira, pero, si os vendemos nuestra tierra, no olvidéis que tenemos el aire en gran estima, que el aire comparte su espíritu con la vida entera.

    Y mi pueblo pregunta: ¿Qué es lo que quiere el hombre blanco? ¿Cómo se puede comprar el Cielo, o el calor de la tierra, o la velocidad del antílope?. ¿Cómo vamos a vender todo esto y cómo vais a poder comprarlo?…

    El Jefe "Piel Roja" lo tenía muy claro: 

    La tierra no nos pertenece, como vender el aire o la lluvia y todo lo que en ella existe. Somos nosotros los que pertenecemos a ella. 

¿Quién puede comprar lo que no tiene dueño? 

¡La tierra no se puede comprar ni se puede vender, la tierra es el patrimonio de la vida!



domingo, 16 de agosto de 2020

CUENTOS PERSAS. ALIÉ, EL JOVEN DE SAMARRA

               ALIÉ, EL JOVEN QUE HUÍA DE LA MUERTE

    En la ciudad de Bagdad, vivía un joven sirviente llamado Alié. 
    Una mañana, cuando iba al mercado para hacer la compra, se detuvo en un puesto de fruta y se encontró con la Muerte. 
    Alié se asusto mucho, pues creyó que la Muerte le hacia un gesto. 
    Aterrado, el criado volvió corriendo a casa. Señor, -le dijo a su amo- déjame el caballo más rápido de la casa, esta noche tengo que estar muy lejos de Bagdad; tengo que llegar como poco a Samarra, pues la Muerte me busca. 
 
 
    Pero ¿por que huyes? -le pregunto el mercader. Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza. 
    Compadecido de él, el mercader le presto un caballo, y así partió Alié, al galope hasta la ciudad de Samarra. 
    Por la tarde, el propio mercader fue al mercado, y como le había sucedió antes a Alié, también él vio a la Muerte. 
    Muerte, -le dijo acercándose a ella- ¿por que has hecho un gesto de amenaza a mi criado Alié?
     ¿De amenaza? No, no ha sido un gesto de amenaza, sino de asombro. 
    Me ha sorprendido verlo aquí, tan lejos de Samarra, por que esta noche debo llevármelo de allí.
 
 

martes, 14 de julio de 2020

JACOBO DE MOLAY, EL ÚLTIMO SENESCAL DE LA ORDEN DEL TEMPLE.


     ¡Soy Jacobo de Molay! Nada le respondió, lo sabía; nada debía responderle. Pero necesitaba gritar su propio nombre, para impedir que su espíritu se disminuyera en la demencia, para recordarse que había mandado ejércitos, gobernado provincias, ostentando un poder igual al de los soberanos y que, mientras conservara un soplo de vida, seguiría siendo, aún en aquel calabozo, el gran maestre de la Orden de los Caballeros del Temple.


               

(La maldición de de Jacobo de Molay al rey Felipe IV de Francia)

       Por un exceso de crueldad o de escarnio, se veía encerrado, lo mismo él que los principales dignatarios, en las salas bajas, transformadas en cárcel de la torre mayor del palacio del Temple, ¡en su propia casa matriz!

    ¡Y fui yo quien hizo construir esta torre! – murmuró el gran maestre, colérico, golpeando la muralla con el puño. Su gesto le arrancó un grito; se había olvidado de que tenía el pulgar destrozado por las torturas. ¿Pero qué lugar de su cuerpo no se había convertido en una llaga o en asiento de un dolor? La sangre circulaba mal por sus piernas y sentía calambres desesperantes desde que lo habían sometido al suplicio de los borceguíes. Con las piernas atadas a unas tablas, había sentido hundírsele en las carnes las uñas de roble sobre las cuales sus torturadores golpeaban con mazos, mientras la voz fría, insistente, de Guillermo de Nogaret, guardasellos del reino, lo apremiaba a confesar. ¿Pero confesar qué...?, y se había desvanecido.

    Sobre su carne lacerada, desgarrada, la suciedad, la humedad y la falta de alimentos, hicieron su obra.

     Había padecido también, últimamente, el tormento de la garrucha, tal vez el más espantoso de todos los que sufriera. Ataron a su pie derecho el peso de ochenta kilos y por medio de una cuerda y de una polea, lo izaron, ¡a él, a un anciano!, hasta el techo. Y siempre con la voz siniestra de Guillermo de Nogaret: “Vamos, messire, confesad...” Y como se obstinara en negar, tiraron de él una y otra vez, más fuerte y más rápido, del suelo a la bóveda. Sintiendo que sus miembros se desgarraban, que le estallaba el cuerpo, comenzó a gritar que confesaría, sí, todo, cualquier crimen, todos los crímenes del mundo. Sí, los Templarios practicaban la sodomía entre ellos; sí, para entrar en la Orden debían escupir sobre la cruz; sí, adoraban a un ídolo con cabeza de gato; sí, se entregaban a la magia, a la hechicería, al culto del diablo; sí, malversaban los fondos que les habían confiado fomentado una conspiración contra el Papa y el rey... ¿Y qué más, qué más?



      Jacobo de Molay se preguntaba cómo había podido sobrevivir a todo aquello. Sin duda las torturas, sabiamente dosificadas, nunca habían sido llevadas hasta el extremo de hacerle correr peligro de muerte, y también porque la constitución de un viejo caballero hecho a la guerra tenía mayor resistencia de la que él mismo suponía.

     Se arrodilló, con los ojos fijos en el rayo de la luz del respiradero. -Señor, Dios mío – dijo -, ¿por qué pusisteis menos fuerza en mi alma que en mi cuerpo? ¿He sido indigno de dirigir la Orden? No me evitasteis caer en la cobardía, evitad, Señor, que caiga en la locura. Ya no podré resistir mucho tiempo, siento que no podré.

     Hacía siete años que estaba encadenado; sólo salía de la prisión para ser arrastrado ante la comisión inquisidora y sometido a toda clase de amenazas de legistas y presiones de teólogos. Con semejante trato, no era de extrañar que temiera volverse loco. Pasaba de la cólera a las lágrimas; de la crisis de devoción, al deseo de violencia; del enervamiento, a la furia.

     ¡Lo pagarán! – se repetía -. ¡Lo pagarán!

  ¿Quién debía pagar? Clemente, Guillermo, Felipe, el Papa, el guardasellos, el rey... Morirían. Molay no sabía cómo, pero seguramente en medio de atroces sufrimientos. Tendrían que expiar sus crímenes. Remachaba sin cesar los tres nombres aborrecidos. Todavía de rodillas y con la barba alzada hacia el tragaluz, el gran maestre suspiró.

     Gracias, Señor, Dios mío, por haberme dejado el odio. Es la única fuerza que me sostiene.

     Se incorporó con esfuerzo y volvió al banco de piedra empotrado en el muro, que le servía de asiento y de lecho.

                        (La maldición de Molay a FelipeIV de francia)


     ¿Quién hubiera imaginado que llegaría a ese extremo?

   Su pensamiento lo llevaba continuamente hacia su juventud, hacia el adolescente que fuera cincuenta años atrás, cuando descendió por las laderas de su Jura natal para correr gran aventura.

    Como todos los segundones de la nobleza, había soñado con vestir el largo manto blanco con la cruz negra que era el uniforme de la Orden del Temple. El solo nombre de Templario evocaba entonces exotismo y epopeya; los navíos con las velas henchidas singlando hacia Oriente sobre el mar azul, las cargas al galope en las arenas, los tesoros de Arabia, los cautivos rescatados, las ciudades tomadas y saqueadas, las fortalezas gigantescas.

    Se decía también que los Templarios tenían puertos secretos donde embarcaban hacia continentes desconocidos…

    Jacobo de Molay había realizado su sueño; había navegado y había habitado fortalezas rubias de sol, había marchado orgullosamente a través de ciudades lejanas, por calles perfumadas de especias e incienso, vestido con el soberbio manto, cuyos pliegues caían hasta las espuelas de oro.

    Había ascendido en la jerarquía de la Orden mucho más de lo que nunca se habría atrevido a esperar, sobrepasando todas las dignidades, hasta que por fin sus hermanos lo eligieron para desempeñar la suprema función de gran maestre de Francia y de Ultramar, al mando de quince mil caballeros.

    Todo para concluir en aquel sótano, en aquella podredumbre y desnudez. Pocos destinos mostraban tan prodigiosa fortuna seguida de tan gran decadencia...

    La angustia volvió a oprimirlo, pero esta vez con motivo. La puerta rechinó al abrirse y, detrás del carcelero, Molay distinguió a cuatro arqueros con túnica de cuero y la pica en la mano. Delante de sus caras el aliento formaba tenues nubecillas de vapor.

    Venimos en vuestra busca, messire – dijo el jefe del pelotón.

    Molay se levantó sin decir palabra.

    Aún le restaba a aquel anciano agotado, tambaleante, cuyos pies entorpecidos por el peso de los hierros subían los escalones de la torre cierta apostura del jefe guerrero que, desde Chipre, mandaba a todos los cristianos de Oriente.

    “Señor Dios mío, dadme fuerzas – murmuraba en su fuero íntimo. Sólo un poco de fuerza.” Para encontrarla iba repitiendo los nombres de sus tres enemigos Clemente, Guillermo, Felipe...

    Un centenar de soldados con las armas en el suelo se hallaban reunidos alrededor de una carreta abierta y cuadrada.

    De más allá de las murallas llegaba el rumor de París y, algunas veces, el relincho de un caballo cruzaba los aires con desgarradora tristeza.

    En medio del patio, messire Alán de Pareilles, capitán de los arqueros del rey, el hombre que asistía a todas las ejecuciones, que acompañaba a los condenados hacia los juicios y al palo del tormento, caminaba con paso lento impasible el rostro, con expresión de fastidio. Sus cabellos de color de acero le caían en cortos mechones sobre la frente cuadrada. Llevaba cota de malla, espada al cinto y sostenía su casco bajo el brazo.

    Volvió la cabeza al oír que salía el gran maestre, y éste al verlo, sintió que palidecía, si aún era capaz de palidecer.

    -Entonces, ¿es cosa juzgada? – preguntó Molay al capitán de los arqueros.

    -Lo es, messire – respondió éste.

     -¿Sabéis cuál es el fallo, hijo mío? – dijo Molay, tras breve vacilación.

    -Lo ignoro, meciere. Tengo orden de conduciros a Notre Dame para escuchar la sentencia.

    Hubo un silencio, y luego Jacobo de Molay volvió a preguntar:

   -¿En qué día estamos? -Hoy es lunes, después de san Gregorio. La fecha correspondía al 18 de marzo de 1314.

    De nuevo se abrió la puerta de la torre y, escoltados por guardias, hicieron su aparición otros tres dignatarios de la Orden, el visitador general, el preceptor de Normandía y el comandante de Aquitania.


        (Clemente V, ayudo al rey de Francia Felipe IV a eliminar a los Templarios)

                      

    También ellos tenían cabellos blancos, blancas barbas hirsutas y párpados entornados sobre enormes órbitas; sus cuerpos flotaban embutidos en los mantos harapientos.

    Durante unos instantes permanecieron inmóviles, parpadeando como grandes pájaros nocturnos deslumbrados por la luz del día.

    El primero en precipitarse para abrazar al gran maestre, enredándose en sus cadenas, fue  Una larga amistad unía a ambos. Jacobo de Molay había apadrinado en su carrera a Charnay, diez años más joven que él, en quién veía a su sucesor. el preceptor de Normandía, Godofredo de Charnay.

    Una profunda cicatriz cortaba la frente de Charnay. Era una huella de antiguo combate, en el que un golpe de espada le había desviado también la nariz. Aquel hombre rudo de rostro cincelado por la guerra hundió la frente en el hombro del gran maestre para ocultar sus lágrimas.

    -Animo, hermano mío, ánimo – dijo éste, estrechándole en sus brazos-.

     Animo, hermanos míos – repitió luego al abrazar a los otros dos dignatarios.

    -Messire, tenéis derecho a ser desherrados – dijo.

     El gran maestre separó las manos con gesto amargo y fatigado.

    -No tengo el denario – respondió.

     El preceptor de Normandía sacó de un viejo bolso de cuero que pendía de su cintura los dos denarios que le quedaban y los arrojó al suelo, uno para sus hierros y otro para los del gran maestre.

    -¡Hermano! – exclamó Jacobo de Molay, intentando impedírselo.

    -Para lo que nos va a servir... – repuso Charnay -. Aceptadlos, hermano; no veáis en ello ningún mérito.

    -Si nos deshierran, puede ser buena señal – dijo el visitador general -. Tal vez el Papa haya intercedido por nosotros.

    Los pocos dientes y rotos que le quedaban le hacían emitir un silbido al hablar, y tenía las manos hinchadas y temblorosas.

    El gran maestre se encogió de hombros y señaló los cien arqueros alineados.

    -Preparémonos a morir, hermano – respondió.

   -Ved lo que han hecho – gimió el comandante de Aquitania, recogiendo su manga.

    -Todos hemos sido torturados – respondió el gran maestre.

    Desvió la mirada, como lo hacía siempre que se le hablaba de torturas. Había cedido y firmado confesiones falsas y no se lo perdonaba.

    Con los ojos recorrió el inmenso recinto, sede y símbolo del poderío del Temple. “Por última vez”- pensó.

    Por última vez contemplaba aquel formidable conjunto, con su torreón, su iglesia, sus edificios, casas, patios y huertos, verdadera fortaleza en pleno París.


         El texto pertenece a Los Reyes Malditos de Druon Maurice.


viernes, 3 de julio de 2020

EL PENSAMIENTO INESTABLE Y FLUIDO COMO UN RÍO


     El pensamiento es inestable e imprevisible, fluido como un río. No sabemos qué lo mueve, qué lo hace funcionar. El pensamiento es lo más inestable a la vez que lo más elevado de nuestra mente. Lo más propiamente humano, lo que nos define como personas, es lo que está  más alejado de nosotros, y lo más desconocido y extraño a nuestro propio conocimiento; es paradójico. No sabemos explicar por qué pensamos realmente lo que pensamos, o sentimos lo que sentimos, más allá de las justificaciones y excusas de cada momento.


    Nuestros pensamientos y estados son tan variables que no existe la posibilidad de la repetición. Siempre hay algo diferente, en el mundo exterior o en nuestros estados internos, que la hacen imposible por mucho que nos empeñemos en intentar recrear una determinada vivencia. La repetición no existe, la experiencia siempre es diferente.


    Kierkegaard ahondó en este tema. El mismo café no sabe igual un día que otro, la misma obra de teatro se aprecia de modo diferente en una sesión que en otra, el mismo cuadro no es el mismo pasado un tiempo, igual sucede  con la misma ciudad, la misma visita, el mismo viaje. En realidad no son "el mismo" o "la misma". Nada es "lo mismo" lo único que se repite es la imposibilitad de la repetición.




lunes, 22 de junio de 2020

LA RAMA DORADA DE TURNER.


    El título está tomado de una obra del pintor inglés J. M. W. Turner. La obra  representa el santuario del bosque de Nemi, lugar dedicado a Diana de los bosques, diosa de la fertilidad. En la antigüedad se le llamaba al lago: «Espejo de Diana»
    El pintor siguió la leyenda de la rama dorada citada por el poeta latino Virgilio en la Eneida. En este poema, Eneas y la Sibila de Cumas presentan
la rama dorada a Caronte, el barquero del Hades, para conseguir que les deje entrar.




   La rama dorada es también una obra comparativa de MITOLOGÍA Y RELIGIÓN. Escrita por el antropólogo escocés James George Frazer.

    Publicada por primera vez en 1890

OBJETIVO DE LA OBRA:

    La rama dorada intenta poner luz en el devenir de las creencias religiosas, que van desde los antiguos sistemas mitológicos hasta las religiones relativamente modernas como el cristianismo.

   Su tesis de trabajo se basa en que las viejas religiones eran cultos de fertilidad que ocurrían alrededor de rituales y sacrificios periódicos para conseguir la fecundidad, tanto de la tierra, como de la vida en general a través de un rey-sagrado y efímero. Este sacerdote-rey era la reencarnación de un dios que moría y revivía, una deidad solar que llevaba a cabo un matrimonio místico con la diosa de la Tierra (en este caso Diana), el cual moría en la cosecha y se reencarnaba en la primavera siguiente.

    Frazer afirmaba que esta leyenda es predominante en casi todas las mitologías mundiales. El germen de la tesis de Frazer era el rey-sacerdote prerromano en el festival de Nemi, el cual era asesinado ritualmente por su sucesor con la rama dorada del árbol que el mismo custodiaba en el santuario de Nemi.


Claro de Luna. Turner

 "La lluvia seguirá  cayendo sobre la sedienta Tierra; el Sol proseguirá
su diurna carrera y la Luna su jornada nocturna por el cielo; la silenciosa procesión  de las estaciones todavía se movían entre la luz y las sombras.
     Todas las cosas, sucedían como antes y sin embargo, todo parecía distinto a aquel de cuyos ojos habían caído las telarañas".


LA RAMA DORADA. (J. G. FRAZER)

miércoles, 27 de mayo de 2020

ESCITAS, IRANIOS, SÁRMATAS, UN CRUCE DE CULTURAS Y ORIGEN DE OCCIDENTE.

    Durante más de mil años, entre el siglo VIII a.C. y el IV d.C. la estepa póntica y buena parte de Europa estuvieron bajo el dominio de los "iranios" de la familia lingüística de los indoirania. Los pueblos que los griegos denominaron "escitas"
salieron de Asia Central y llegaron al mar Negro en los siglos VIII y VII a.C. cuatrocientos años después, cuando los escitas dominaban ya toda la costa septentrional del mar Negro y la franja de las colonias griegas, apareció otro pueblo de nómadas de lengua irania, con carros cubiertos y manadas de caballos, procedentes de las estepas del mar Caspio y la desembocadura del Volga, que sé fueron adentrando en las regiones del bajo Don.


  
     Ni los escitas ni los griegos consideraban escitas a estos recién llegados, aunque su forma de vida era parecida y su lengua, los lingüistas actuales dicen que estaba estrechamente emparentada con la suya. Los llamados "sármatas", otro impreciso término general con que describieron a los grupos tribales  que fueron llegando al mar Negro en los siglos siguientes. Los sármatas ocuparon poco a poca el territorio escita, empujándolos hacia el Oeste, hacia el delta del Danubio. Y se quedaron en las estepas pónticas unos quinientos años, hasta las invasiones de los godos y luego de los hunos, en el siglo IV d.C., que les obligaron a desplazarse más hacia el Oeste.

    Gracias a Herodoto conocemos mejor a los escitas que a los sármatas. Son los auténticos "bárbaros", desconocidos, feroces y libres. Dado que, resulta más atractivo escribir sobre arqueros a caballo, ritos funerarios, reyes y convoyes de carros recorriendo las llanuras, se suele pasar por alto su perfecta adaptación a la agricultura sedentaria y a las oportunidades del imperio helénico.



    Sólo una novelista ha resistido la tentación de "reinventar al bárbaro". La asombrosa novela histórica de Naomi Mitchison, The corn kimg and the spring queen, no trata de la "alteridad", sino de la identidad múltiple, de la transculturación. La autora nos presenta a una elite de escitas semihelenizados que viven  en el siglo III a.C. en un pueblo del mar Negro que parece una versión reducida de Olvia. Todavía celebran los ritos de la fertilidad que exige la tribu (copulación colectiva en los surcos de la tierra recién labrada... Mitchison confiesa que estaba bajo en influjo de la rama dorada de Frazer cuando escribió la novela), pero también se adentra sin temor en el mundo griego. Los dos personajes principales, una princesa escita con facultades chamánicas y su hermano, van y vienen en barcos mercantes griegos entre la costa actual de Ucrania y el Peloponeso. Allí acaban interviniendo en las maniobras políticas de las familias helenas gobernantes. En Esparta los presenta al rey Cleomenes III el propio preceptor del monarca, el filósofo estoico Esfeso (un filósofo real que pasó unos años en Olbia)



    Algunos detalles de la novela son discutibles a nivel histórico. Pero lo que queda muy bien plasmado, gracias a la imaginación arrolladora de la autora, es la adaptabilidad de estos pueblos iranios, su capacidad para integrarse en una cultura distinta sin que tengan la menor sensación de rendirse a la "civilización".

    Los sármatas supieron explorar creativamente esa capacidad. En el reino del Bósforo constituyeron la vanguardia de un imperio brillante, próspero y culturalmente híbrido  que en su momento de mayor extensión llegó del estuario del Dniéper hasta la Cólquide, en el rincón suroriental del mar Negro. Muchos años después cuando fueron expulsados de la estepa Póntica y sus grupos tribales se dispersaron por Europa central y occidental, volvieron a hacer uso de su inventiva. Penetraron en las sociedades agrícolas del agonizante imperio romano e insuflaron en su conciencia una imagen distinta del dirigente social: el caballero montado y con armadura.

    Nada queda de los escitas, salvo sus tumbas y el recuerdo de su "alteridad" nómada, indeleblemente inscrita en la conciencia europea por Heródoto y sus sucesores. Los sármatas, en cambio, sobrevivieron sin que nadie se diese cuenta. Es algo que la investigación académica está estudiando ahora: una leyenda que a resultado que  contiene hechos reales. Hay un lugar donde los sármatas siguen presentes; son los osetas del Cáucaso, descendientes de las tribus alanas del grupo sármata, han conservado su lengua indoirania y sus tradiciones. Y culturalmente hablando, los sármatas siguen presentes en buena parte de lo que hoy conocemos o hemos heredado de la Edad Media en Europa occidental. Están escondidos en el estilo decorativo de lo que llamamos "gótico". Van disfrazados de jinetes con cota de malla, la clase que posee la tierra y cuya forma de vida llamamos "caballeresca". En la medida en que no nos hemos librado del todo de esa idea de aristocracia, los sármatas siguen entre nosotros.



Todo lo escrito está recogido en el libro del arqueólogo e historiador, Neal Ascherson.

   

miércoles, 13 de mayo de 2020

TRECE DE MAYO, LA PRIMERA SALIDA AL RÍO DESPUES DE DOS MESES CONFINADOS.


    Ya ha llegado el verde mayo y con él... el deseado fin del confinamiento. 
 
    El mes de las flores, el más apreciado por los niños en la escuela. Por las tardes homenajeábamos a la virgen con cánticos y con Ave-marias. Un día como hoy, nos contaban, tuvo lugar el milagro, un 13 de Mayo en la no muy lejana Fátima. El milagro de los niños pastores y aunque nosotros no nos dedicásemos al oficio de cuidar rebaños nos sentíamos participes también de aquella historia hecha a la medida de nuestras mentes infantiles.




   Decidimos acercarnos al río. La mañana está fresca, con más nubes que claros después de una noche de lluvia. Pero para que esperar, el río nos aguarda, con su corriente siempre en movimiento y su cauce lleno de agua aunque sin rebosar.




    Acercarme hasta él como otras muchas veces, recorrer sus orillas, nunca iguales, siempre diferentes. Escuchar el canto de los pájaros ocultos en las ramas. Vislumbrar los campos moteados de blanco por cigüeñas y garzas. Si caminas despacio y en silencio podrás verlas de cerca sin ser vista y cuando te descubran levantarán el vuelo.



    La húmeda primavera ha dejado las lindes del camino pletóricas de hierbas y de flores: amapolas y malvas, margaritas y estragones, junto a los matojos de tamarices e hinojos. Los campos de labor sembrados de alfalfa y de trigo se extendían ante nuestros ojos. Junto al río los grandes árboles. Algunos chopos desmochados por los vientos del invierno. Los más fuertes, los que aguantan los envites del cierzo sujetos a la tierra hundiendo sus raíces par agarrarse a ella, son: los fresnos y los sauces, álamos, chopos, saúcos y zarzales y junto a ellos los endrinos y la planta del regaliz que se da muy abundante en estas tierras del Ebro.





   He sacado algunas fotos, ¿cómo no?, del paisaje que no me cansa nunca y de alguna de sus torres, esas viviendas de campo, que han quedado ahí por falta de huso, en mitad del tiempo y en el abandono.
Nuestro paseo nos ha llevado hasta la Cartuja; ese barrio rural y singular donde siempre me gusta detenerme. En una terraza junto al parque de moreras y tilos nos hemos sentado a tomar el aperitivo. Y hoy ha sido, después de 60 días de encierro nuestro primero en una terraza.

 



martes, 31 de marzo de 2020

REMBRANDT: EL PINTOR DE LAS LUCES Y LAS SOMBRAS.

El artista más importante de Holanda nació en 1606 en un pueblo llamado Leida. Ningún otro pintor fue capaz de jugar con la luz y con las sombras como lo hacía Rembrandt.

   

    Enseguida se hizo popular como pintor y decidió marchar a la próspera ciudad de Ámsterdam, en donde encontró el amor de su vida y se casó  allá por el 1.636 con Saskia van Uylenborch.




      A pesar de ser un artista de gran talento y muy respetado, Rembrandt vivió los últimos años de su vida en condiciones pésimas. Saskia, su esposa bien amada, murió y las grandes deudas contraídas por Rembrandt le obligaron a vender su casa y sus posesiones. La suerte no le acompañaba. Varios años después, su amante, Hendrickje Stoffels, y su hijo Titus también fallecieron. Es triste saber que uno de los grandes pintores, si no el más grande, murió en la miseria. Corría el año 1669.




      El gran Rembrandt, el maestro de la luz y la belleza, murió solo, abandonado por todos y en absoluta miseria. Triste nos parece ahora, e injusto también, que una vida dedicada a la belleza tenga un final tan solitario e infeliz. La vida no  suele ser como nos gustaría, sino como es, y aún así o por lo mismo nos parece preciosa.

 

jueves, 30 de enero de 2020

AGUARDANDO LA PRIMAVERA


Estoy preparada para la primavera, pero aún no llega.

                                                           Todavía no.

La tierra, empapada por la lluvia caída, germinará las semillas en su vientre.
                                                           Un año más.
 

La flores del almendro, violetas, y amapolas esparcirán su aroma por los campos.

                                                           Ya lo verás.





Hermoso es el olivo con sus perennes hojas.

 

La poda del invierno sus ramas recorto.

 

Arraigado a la tierra,

 

sabe cuando dar frutos y cuando echar la flor.

 


                          







ORFEO Y EURIDICE: UNA HISTORIA DE AMOR

    

     

 

     La historia más conocida sobre Orfeo es la que se refiere a su esposa Eurídice, que murió al ser mordida por una serpiente mientras paseaba. Consternado por el dolor, Orfeo tocó canciones tan tristes y cantó tan lastimeramente que todas las ninfas y todos los dioses lloraron con él, y le aconsejaron que descendiera al inframundo en busca de su amada. Camino de las profundidades del inframundo, Orfeo tuvo que sortear muchos peligros.

   Empleando su música, hizo detenerse los tormentos del inframundo (por primera y única vez), y llegado el momento, ablando los corazones de Hades y de su esposa Perséfone. Éstos permitieron a Eurídice que volviera con Orfeo al mundo de los vivos, pero con la condición de que él caminase delante de ella y no mirase atrás hasta que hubieran alcanzado el mundo superior y los rayos de sol bañasen su cuerpo.

    Cuando finalmente Orfeo y Eurídice llegaron a la superficie, Orfeo
volvió la cabeza para ver a su amada, pero ella todavía no había
sido completamente bañada por los rayos solares, aún tenía un pie en el camino del inframundo, así que, al mirarla, se desvaneció en el aire, y esa vez fue para siempre.