En Taisán, la montaña china
de los siete mil escalones,
me hablaron una vez de las fuentes rojas.
Hablaban de estas fuentes rojas como alucinados.
Las habían visto en sueños, allí mismo,
mientras dormían en un hotel de Taisán.
No eran las fuentes de la eterna juventud,
tampoco eran las fuentes de la clarividencia.
Eran sólo una puerta, me dijeron,
que nadie podía cerrar, que estaba siempre abierta.
Bañarse en las fuentes rojas
era atravesar una frontera, que ni era
de la razón, ni era la de la locura,
que ni era la de la vigilia, ni era la del sueño.
La Manga, Murcia |
Recuerdo que me hablaban desde muy cerca
y desde muy lejos,
y también recuerdo que no les hice demasiado caso;
semejaban seres de otra naturaleza,
parecían ángeles del abismo.